La construcción de la cultura como motor para desarrollar el potencial de una organización.
Una publicación de Contract Workplaces
Durante miles de generaciones, los seres humanos hemos estado modelando nuestra vida, regulando nuestros grupos de pertenencia y adecuando nuestro entorno con herramientas culturales. Hemos sido capaces de sobrevivir y prosperar gracias a nuestro bagaje genético pero también gracias a ese cúmulo de conocimientos y tecnologías que se fueron generando como parte de un proceso acumulativo basado en las ideas y descubrimientos hechos por otros individuos en diferentes tiempos. Ninguna otra especie depende tanto de la información cultural como la nuestra.
Y si hemos sido capaces de adaptarnos a diversos entornos y circunstancias no se debe tanto a nuestra inteligencia como a nuestra capacidad innata para transmitir la información adquirida a la siguiente generación. Esto hace que las ideas se acumulen y la cultura pueda seguir evolucionando sin empezar cada vez de cero. De esta forma, a medida que pasa el tiempo, el proceso se acelera.1 Los antropólogos llaman a este desarrollo cultural acumulativo “trinquete cultural2”.
Sin embargo, la eficacia de este proceso es altamente dependiente del tamaño y la interconexión de nuestras poblaciones y redes sociales. Es la capacidad de intercambiar información libremente lo que provoca y acelera la evolución cultural. Esto quiere decir que, a nivel de grupo, es mucho más beneficioso ser social que ser inteligente.
Podemos afirmar, entonces, que la cultura es una fuerza de transformación dinámica más que un conjunto rígido de normas, creencias, valores, prácticas, modelos mentales y estrategias que deben cumplirse estrictamente. En realidad, el hecho de que la evolución cultural avance mucho más rápido que la evolución genética se debe a la gran capacidad de cambio que tenemos a lo largo del ciclo vital. Esto convierte a la cultura en un agente de adaptación rápido frente a los distintos escenarios que debemos enfrentar como comunidad.
Una organización puede verse como una cultura por derecho propio; una entidad compleja que cuenta con múltiples dimensiones, que abarcan desde el diseño del espacio de trabajo y la utilización del mobiliario hasta el uso de la tecnología, con el fin de satisfacer las necesidades operativas junto con las de las personas que la integran –su recurso más valioso–. A esto hay que sumarle la complejidad de gestionar y darle orientación a una fuerza laboral cada vez más diversa en términos de género, edad, raza, etnia, religión, orientación sexual, nacionalidad, idioma, etc.
En el punto donde se entrelazan el espacio físico y virtual con las personas emerge la cultura organizacional, una fuerza capaz de reforzar o hacer fracasar la visión y la estrategia corporativas. La famosa cita “Culture eats strategy for breakfast”, atribuida al legendario gurú del Management Peter Drucker, no puede ser más clara sobre el papel fundamental que juega la cultura en el éxito de una organización.
En un mundo que se transforma rápidamente debido a la tecnología, la globalización, los cambios sociales y los eventos disruptivos tales como la actual pandemia, la cultura –esa fuerza cohesiva que está presente en cada empresa– es el sustrato sobre el cual se asienta el verdadero potencial de una organización. Allí radica toda posibilidad de cambio y todo desarrollo futuro, el germen tanto de los logros como de los fracasos y la clave para orientar las nuevas dinámicas organizativas en busca de la innovación y los mejores resultados.
Referencias:
1 GRASSIE, W. (2007): “Human Creativity: Expanding Complexity and Evolutionary Discontinuities”.
2 TOMASELLO, M. (2007): “Los orígenes culturales de la cognición humana”.
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