Una publicación de Contract Workplaces
La disrupción fue la marca distintiva de 2020. La pandemia de COVID-19 golpeó el mundo de una manera tan imprevista que tomó por sorpresa al común de la gente. Y así fue como, de la noche a la mañana, las empresas tuvieron que diseñar nuevas estrategias y cambiar su forma de trabajar para adaptarse al inédito escenario de distanciamiento social. Todo esto en tiempo récord y sin dejar de operar.
Y aunque las tecnologías digitales que hacen posible el teletrabajo ya estaban disponibles antes de la pandemia, en poco tiempo el Home Office se instaló masivamente convirtiéndose en la norma. En este nuevo escenario, las tendencias tecnológicas emergentes irán cobrando fuerza y ganando terreno a paso firme tanto en el trabajo como en la vida cotidiana. Internet, la conectividad móvil, la computación en La Nube, el Big Data, el aprendizaje automático, la inteligencia artificial, el blockchain, Internet de las Cosas, la robótica, la realidad aumentada, la realidad virtual y otras tantas tecnologías que siguen surgiendo, transformarán radicalmente el mundo.
El consumo físico ha sido reemplazado por el consumo digital, y las empresas que han sabido entender el Zeitgeist, el espíritu de la época, han transformado completamente los mercados. Tomemos el caso de iTunes. A principios de los 2000, la tecnología disponible permitía que se pudiese descargar música digitalmente gracias a programas de intercambio de archivos tales como Napster y Kazaa. En 2003, con la demanda de los reproductores móviles de mp3 en alza, Apple capitalizó la tendencia y creó iTunes, un servicio que permite a los usuarios descargar música en formato digital por un precio razonable. A partir de entonces, la industria de la música se vio obligada a cambiar radicalmente, desarrollando posibilidades que hasta ese momento eran inimaginables. Y este es solo un ejemplo al que podemos sumar los más actuales de Netflix o Uber.
La tecnología también ha sido un factor de cambio trascendental en la forma en la que trabajamos. Tradicionalmente relacionada con un tiempo determinado y un lugar físico, el divorcio entre el cuándo, el cómo y el dónde se realiza el trabajo se ha producido a un ritmo extraordinario gracias a las tecnologías digitales (las que, dicho sea de paso, han hecho posible que una parte de la economía haya seguido viva durante la pandemia). Y así como el negocio de la música tuvo que reinventarse con la irrupción de la tecnología, el trabajo (y también los lugares de trabajo) hoy están siendo resignificados.
Un cambio importante será la transición hacia lo que se vislumbra como el escenario más probable en los próximos tiempos: una fuerza laboral y un lugar de trabajo distribuidos. Este cambio requerirá la integración de múltiples tecnologías y plataformas que garanticen que las personas puedan trabajar desde cualquier lugar y en cualquier momento, lo cual implica que la oficina deberá reorganizarse para permitir una colaboración virtual, fluida y multidireccional entre los trabajadores presenciales y los remotos.
Pero el desarrollo tecnológico también plantea otros retos importantes. El avance de la automatización y la inteligencia artificial en el lugar de trabajo está creando un escenario de gran incertidumbre ya que transformará no solo las tareas sino también las habilidades requeridas a los trabajadores. De acuerdo con una encuesta del Foro Económico Mundial, el 43% de las empresas afirman estar dispuestas a reducir su fuerza laboral debido a la integración de la tecnología, y se estima que hacia 2025, el tiempo dedicado por parte de humanos y máquinas a las tareas actuales será equivalente1.
A pesar de esto, las organizaciones deben ser conscientes de que aún será difícil reproducir mediante la tecnología muchas de las características humanas únicas. La creatividad, la empatía, el juicio rápido, la intuición, la resolución de problemas, son algunas competencias que, por el momento, las máquinas no tienen.
Y, como por ahora los humanos seguiremos siendo mayoría en el lugar de trabajo, las empresas deberán gestionar la relación, a veces difícil, que establecemos con la tecnología. La inestabilidad y la incertidumbre creadas por la pandemia, junto con la obligación de distanciamiento social para contenerla, parecen haber amplificado la necesidad de conexión. Es por esto que las organizaciones deberán utilizar las tecnologías para crear experiencias físicas y digitales centradas en las personas, entregando a cada uno lo que necesita para llevar adelante sus tareas de manera óptima.
Pero esta preocupación no es nueva. Ya en 2013, la Comisión Europea había lanzado la iniciativa “Onlife” junto con un grupo de especialistas con el objetivo de estudiar los riesgos del nuevo escenario tecnológico: los límites cada vez más imprecisos entre lo físico y lo virtual y su impacto en nuestras relaciones con los demás y con el mundo que nos rodea.
Hoy, esta necesidad es más actual que nunca. Desde la superabundancia de información que puede resultar en sobrecarga cognitiva, distracción y pérdida de memoria, hasta la capacidad de atención cada vez más efímera, resulta evidente que la incorporación de tecnologías digitales en el espacio de trabajo –uno de los ámbitos en los que pasamos la mayor parte del día– puede alterar la percepción de nosotros mismos y de la realidad.
El manifiesto lanzado por esta iniciativa afirma que nuestra capacidad de atención se ha convertido en un bien finito, precioso y raro: “En la economía digital, la atención es considerada como una mercancía que se intercambia en el mercado o que se canaliza en los procesos de trabajo”2. Y no se trata de un tema menor ya que la capacidad de atención desempeña un papel fundamental en el desarrollo del lenguaje, la empatía, la colaboración y la capacidad para participar en experiencias de vida significativas.
En definitiva, el desarrollo tecnológico será imparable y, aunque traerá cambios imposibles de predecir, es indudable que implica retos importantes tanto para las organizaciones como para las personas. Lo que sí parece seguro es que para seguir en el mercado en los próximos años, las empresas, independientemente de su tamaño, deberán subirse al tren de la transformación digital. Las que no se adapten a este nuevo escenario y no se esfuercen por preparar a sus colaboradores, sencillamente van a desaparecer.
1 WORLD ECONOMIC FORUM (2020): “The Future of Jobs Report 2020”.
2 The Onlife Manifesto.
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