Cómo gestionar el compromiso con el medio ambiente para que no se convierta en una etiqueta vacía.
Una publicación de Contract Workplaces
Durante décadas, las compañías midieron su éxito únicamente en términos de rentabilidad y participación de mercado. En la actualidad, la sostenibilidad ambiental se suma como un valor estratégico. La constatación de que los modelos basados solo en el beneficio económico generan numerosos efectos negativos –ambientales y sociales– ha transformado las prioridades. En particular, la neutralidad de carbono ocupa hoy un lugar central en la agenda corporativa.
El impulso de este movimiento responde a diversos cambios en el mercado y la sociedad. Por un lado, la creciente conciencia sobre el impacto de la actividad humana en el planeta ha planteado la necesidad de una inversión socialmente responsable. Por el otro, la clara preferencia de consumidores y trabajadores que exigen a las empresas un mayor compromiso medioambiental. Y a esto se suma la necesidad de diferenciarse de una multitud de marcas que buscan mostrarse como “verdes” para captar el favor de los clientes.
Para las empresas verdaderamente involucradas con este cambio de valores, el desafío consiste en demostrar que sus compromisos van más allá del marketing. La neutralidad de carbono es un objetivo muy valioso que debe gestionarse con rigor y transparencia para no convertirse en una etiqueta vacía.
La neutralidad de carbono se refiere al estado en el que una entidad (ya sea un individuo, empresa, país o producto) equilibra la cantidad de dióxido de carbono (CO₂) que emite con una cantidad equivalente que es removida o compensada, logrando así una huella de carbono neta igual a cero1. Este proceso abarca todos los gases de efecto invernadero (GEI) regulados por el Protocolo de Kioto (metano, óxido nitroso, hidrofluorocarbonos, entre otros) medidos en términos de CO2 equivalente, dado su potencial para contribuir al calentamiento global.
Alcanzar la neutralidad de carbono es esencial para proteger la biodiversidad y los ecosistemas del planeta. El cambio climático provoca pérdida de hábitats, extinción de especies y desequilibrios en los entornos naturales. Además, las empresas, como parte de ese ecosistema, también enfrentan riesgos derivados de eventos extremos –sequías, inundaciones o cambios en los patrones climáticos– que pueden dañar sus activos e infraestructura.
Los efectos de estas anomalías pueden generar perjuicios importantes: reparaciones adicionales, incumplimiento de pedidos y reducción de la productividad laboral, entre otros. De acuerdo con un estudio del World Economic Forum en colaboración con Accenture, se estima que para 2035 las pérdidas empresariales anuales podrían rondar entre los 560 y 610 mil millones de dólares2.
Uno de los equívocos más comunes es pensar que ser “carbono neutral” implica no generar emisiones. En realidad, un producto o servicio libre de carbono es aquel que no emite en ninguna etapa de su ciclo de vida, algo prácticamente imposible en la actualidad. La neutralidad, en cambio, funciona con una lógica de balance: consiste en calcular el total de emisiones, reducirlas al máximo posible y compensar las inevitables mediante proyectos que absorben o evitan emisiones equivalentes en otra parte del mundo.
Este enfoque de balance permite que las empresas declaren su neutralidad aun cuando sus operaciones todavía generan emisiones. La clave está en cómo se combina la reducción propia con el uso responsable de mecanismos de compensación.
Pero, lograr la neutralidad de carbono no es un resultado instantáneo, sino un sistema de mejora continua que debe seguir una metodología clara:
→ Medición. La medición de la huella de carbono corporativa es el punto de partida para que este balance sea confiable. Representa la suma de los GEI liberados por una empresa a lo largo de sus operaciones, cadena de suministro, productos y servicios. Este cálculo se realiza siguiendo estándares internacionales como el Greenhouse Gas Protocol (GHG Protocol) que clasifica las emisiones en directas, indirectas por consumo de energía y otras indirectas en la cadena de valor3. También se utiliza la norma ISO 14064 o la especificación PAS 2060, que orienta sobre cómo cuantificar, reducir y compensar las emisiones de GEI en actividades, productos y servicios. Medir con precisión permite a las compañías comprender su impacto, detectar oportunidades de mejora y responder a la demanda creciente de transparencia.
→ Reducción. Esta etapa exige transformar procesos, sustituir fuentes de energía, rediseñar cadenas de suministro y mejorar la logística. Estas acciones no solo generan beneficios ambientales, sino también de eficiencia y resiliencia corporativa.
→ Compensación. Su función es equilibrar las emisiones que la empresa aún no puede eliminar. Se realiza principalmente a través de créditos de carbono, cada uno de los cuales representa la captura o reducción verificable de una tonelada de CO2 equivalente.
Los créditos de carbono pueden originarse en proyectos de reforestación, conservación de ecosistemas, energías renovables o tecnologías de captura de emisiones. El sistema se basa en la premisa de que una tonelada de carbono evitada o absorbida en un determinado lugar puede contrarrestar una tonelada emitida en otro.
Los proyectos de compensación –especialmente los basados en la naturaleza– se enfocan en la conservación de ecosistemas como bosques y humedales, que actúan como sumideros de carbono, absorbiendo grandes cantidades de CO₂. Sin embargo, para que el mecanismo conserve su legitimidad, es indispensable garantizar que los créditos provienen de proyectos reales, medibles y permanentes.
Los protocolos internacionales y los registros públicos buscan asegurar la trazabilidad y evitar que un mismo crédito se venda más de una vez. Aun así, el riesgo de abuso existe y el debate sobre la efectividad de ciertas iniciativas de compensación ha puesto en evidencia la necesidad de controles más estrictos.
La crítica más frecuente es que algunas empresas recurren a los créditos como atajo, utilizando la neutralidad como estrategia de marketing sin abordar el problema de fondo: la transformación de sus procesos. Este tipo de prácticas alimenta el escepticismo y refuerza la percepción de greenwashing. La neutralidad de carbono solo resulta creíble cuando va acompañada de metas claras de reducción, auditorías independientes y una comunicación transparente.
Además de los beneficios ambientales, la implementación de programas de neutralidad de carbono genera ventajas para las organizaciones:
→ Mayor eficiencia y control de costos. Las medidas de reducción de emisiones facilitan la identificación y eliminación de procesos ineficientes, lo que se traduce en un mejor uso de los recursos y un control operativo más preciso.
→ Mejor gestión de riesgos. Las empresas carbono neutrales están mejor preparadas para enfrentar las contingencias derivadas de eventos climáticos adversos, lo que garantiza la continuidad operativa y fortalece su resiliencia.
→ Impulso de las ventas. Más del 60% de los consumidores están dispuestos a elegir productos o servicios carbono neutrales; incluso a pagar precios más altos si son amigables con el ambiente4.
→ Mejor posicionamiento e imagen corporativa. Las compañías que miden, gestionan y reducen su huella de carbono logran diferenciarse de la competencia y posicionarse mejor ante los consumidores responsables. Es una poderosa herramienta de marketing y reputación que responde a la creciente conciencia global.
→ Atracción de talento. Las iniciativas de neutralidad de carbono generan un impacto positivo en la percepción de los colaboradores, aumentando la probabilidad de atraer y retener a los mejores talentos.
Como parte de su compromiso con el cuidado del medio ambiente, Contract Workplaces ha decidido medir la huella de carbono generada por los eventos Worktech organizados en Lima, Santiago y Buenos Aires. Esta huella será compensada mediante la plantación de árboles nativos en el Proyecto de Regeneración Forestal Urunday, ubicado en la Mesopotamia argentina. Los créditos de carbono, validados por el estándar internacional VERRA y verificados por la Universidad Nacional de La Plata, garantizan un impacto ambiental positivo y contribuyen a la conservación de la biodiversidad local.
Los cálculos revelaron una huella de carbono total estimada de 33,90 TnCO2e (toneladas de dióxido de carbono equivalente) para el conjunto de los eventos. La mayor contribución provino de los traslados de los participantes, mientras que la energía utilizada y los servicios de catering representaron una fracción menor de las emisiones totales, aunque fueron igualmente contabilizados dentro del cálculo global. Esto subraya el impacto significativo del transporte aéreo en las emisiones de GEI y la importancia de cuantificar estos factores para comprender su contribución al cambio climático.

El interés por alcanzar la neutralidad de carbono refleja un cambio en la manera en que las organizaciones entienden su rol en la sociedad, integrando la gestión climática en el núcleo estratégico del negocio. Cuando se aborda con seriedad, esta práctica se convierte en una inversión de largo plazo que no solo beneficia al medio ambiente, sino que también fortalece la competitividad, genera confianza y abre oportunidades comerciales. Sin embargo, utilizada como simple recurso de marketing, corre el riesgo de erosionar la reputación corporativa.
En un mercado que cada vez valora más la autenticidad, las compañías que demuestren un compromiso serio, medible y transparente serán las que logren consolidar su liderazgo en la transición hacia una economía baja en carbono.
Referencias:
1 FOMINOVA, S. (2024): “Carbon Neutral vs. Net Zero: What’s the Difference?”.
2 EINHORN, G. et al. (2024): “Business on the Edge: Building Industry Resilience to Climate Hazards”. World Economic Forum & Accenture.
3 WORLD RESOURCES INSTITUTE & WORLD BUSINESS COUNCIL FOR SUSTAINABLE DEVELOPMENT (2004): “A corporate accounting and reporting standard”.
4 PROGRAMA INTERNACIONAL 100% CARBON NEUTRAL (2017): “Beneficios económicos y comerciales de la carbono neutralidad”. Revista planeta carbono neutro.
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