Cómo pasar de un modelo estandarizado a un diseño del espacio de trabajo que respeta las necesidades individuales de sus ocupantes
Una publicación de Contract Workplaces
Con más de 30 años de experiencia, Kay Sargent es una reconocida arquitecta que se desempeña en la firma HOK en el área de diseño y estrategia para el lugar de trabajo desde donde asesora a importantes empresas para optimizar sus carteras inmobiliarias y crear entornos laborales efectivos.
Kay comienza su charla explicando que el diseño de los espacios de trabajo puede tener un enorme impacto positivo sobre las personas pero que, si no lo abordamos teniendo en cuenta las necesidades de todos sus ocupantes, las consecuencias pueden ser muy negativas.
Esto significa que lo primero que debemos tener en cuenta es que no somos todos iguales. En 1950, probablemente se podría haber respondido a esta cuestión caracterizando a la persona promedio que hace una tarea promedio. Pero, actualmente, con esta respuesta no basta. No se pueden seguir diseñando espacios de trabajo estandarizados para la media; es necesario cambiar este modelo y comenzar por comprender profundamente quiénes somos.
Para que un diseño sea verdaderamente inclusivo, Kay afirma que es importante comprender desde distintas perspectivas cómo el espacio afecta a las personas. La investigación ha revelado que hay diez características diferentes que nos hacen personas completas y cuya combinación determina la diversidad dentro de la población: la raza, el género, la orientación sexual, la etnicidad, la condición socioeconómica, la edad, los atributos físicos, la salud mental, las habilidades cognitivas sociales y neuronales, y las preferencias religiosas.
A partir de este conocimiento es posible desarrollar estándares o mejores prácticas capaces de ayudar a promover la diversidad, la equidad y la inclusión en el proceso de diseño. Para ello, Kay distingue tres requerimientos fundamentales que deben cumplir los edificios donde la gente habita y trabaja:
Afortunadamente, aclara Kay, hay muchos estándares que contemplan estos problemas así que no es necesario empezar desde cero; podemos comenzar con lo existente y, a partir de ahí, establecer los principios básicos del diseño equitativo:
Kay afirma que ya nadie duda de la gran influencia que tiene el espacio sobre las personas, la cual puede ser tanto positiva como negativa. Por esto es importante pensar el diseño del lugar de trabajo para acomodar también a los individuos neurodiversos. La neurodiversidad forma parte de lo que nos hace únicos.
En 2021, la Organización Mundial de la Salud redefinió el concepto de discapacidad para comenzar a comprenderla como un fenómeno complejo que refleja la interacción entre las particularidades del organismo humano, las características de la sociedad y el entorno en los que viven las personas. Esto significa que, si aquellos que tienen discapacidades se desarrollan en un ambiente que los apoya, podrán participar sin problemas en muchas más actividades. Pero, si encuentran barreras al ingresar a un edificio o no pueden controlar o configurar el entorno para sus necesidades individuales, ahí nace una discapacidad. Como diseñadores, agrega Kay, está claro que no podemos influir sobre la discapacidad, pero sí sobre las condiciones del espacio.
Hoy sabemos que las personas neurodiversas pueden tener hipersensibilidad o hiposensibilidad a los estímulos. Por un lado, los individuos hipersensibles se pueden sentir abrumados por las luces brillantes, el ruido, los colores vivos, las texturas, las distracciones y la cercanía con otras personas; por el otro, los hiposensibles necesitan una mayor intensidad para procesar los estímulos sensoriales. Las nuevas generaciones, por ejemplo, funcionan de una manera distinta a las precedentes: son multimodales y necesitan estimulación adicional para poder desempeñarse bien.
Kay afirma que, dada la gran cantidad de estímulos sensoriales que existen en el lugar de trabajo, es imprescindible ofrecer una variedad de opciones espaciales que incluyan a todas las sensibilidades. Y para esto es preciso no solo considerar la neurodiversidad, sino también analizar qué tipo de actividades realizan las personas cuando están en la oficina. Básicamente, se pueden describir seis modalidades de trabajo, lo que Kay llama “Las seis C”: Concentración, Comunidad, Creación, Congregación, Contemplación y Convivencia.
Además de crear diferentes zonas con grados de estimulación variable, también es necesario brindar opciones y libertad de elección. Pero, la parte más importante del diseño para Kay consiste en definir la secuenciación de los diferentes espacios: áreas silenciosas contiguas a lugares de conversación en voz baja; luego zonas un poco más ruidosas donde se puede conversar normalmente sin sentir que estamos molestando a nuestros colegas; a continuación, espacios para tener charlas abiertas junto a un área francamente social, más ruidosa, donde incluso puede haber música. Tenemos que crear espacios donde la gente se sienta cómoda y desarrolle un sentido de pertenencia.
Las empresas deben enfocarse en ofrecer espacios pensando en los colores, los materiales y la iluminación para que la gente pueda trabajar de manera más efectiva; espacios en los que las personas puedan elegir áreas tranquilas o lugares donde puedan moverse, hablar y conectarse con otros. Hay que olvidarse de las enormes mesas rectangulares y ofrecer distintos tipos de sillas y mesas. Conociendo el impacto que tienen los distintos elementos de diseño (el color, las texturas, el volumen, las luces, etc.) en cómo nos sentimos, Kay afirma que deben ser utilizados con inteligencia.
Y, finalmente, concluye agregando que todos tenemos prejuicios inconscientes y estamos sobrecargados de información, por lo que confiamos en atajos mentales para simplificar el mundo que nos rodea. Pero, como profesionales del diseño, podemos marcar la diferencia creando entornos que eviten las trampas y fomenten la equidad social. El pecado capital que hay que evitar en el diseño es la indiferencia hacia las personas y la realidad en la que viven.
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