La colonización de la vida laboral por las nuevas herramientas tecnológicas abre un debate sobre valores que transmiten a nuestras organizaciones y nuestra forma de trabajo
Una publicación de Contract Workplaces
Los humanos somos seres tecnológicos. Las distintas innovaciones que se han sucedido a lo largo de la historia han modificado nuestra cultura, nuestras creencias y nuestro estilo de vida. Hoy, la tecnología no solo ha cambiado el modo en que nos conectamos, nos comunicamos y buscamos información, sino también la forma en la que trabajamos.
Gracias a las nuevas herramientas digitales la fuerza de trabajo se ha vuelto más fluida y los trabajos que antes eran de por vida hoy se han transformado en contratos temporales o a tiempo parcial. Las empresas, por su parte, aprovechan la coyuntura para romper con el modelo tradicional (a tiempo completo y con horario fijo), lo cual les permite acceder a un universo más amplio de contratación.
Esto es la “Gig Economía”, un movimiento que avanza hacia la desregulación, la flexibilización y la liberalización de los mercados. Se inscribe en lo que el sociólogo británico Zygmunt Bauman llama “la modernidad líquida”, un nuevo modelo basado en el cambio permanente, la transitoriedad y lo efímero que exige repensar los viejos conceptos que solían articular la sociedad.
Gracias a la inmediatez que nos brindan las actuales herramientas informáticas para la comunicación, junto con el desarrollo exponencial de las tecnologías móviles, la gran penetración de Internet y el auge de las redes sociales, han surgido nuevas formas de entender el consumo basadas en el uso compartido más que en la propiedad. Incluso en el mundo del trabajo, aquello que solíamos considerar “sólido” (la oficina, nuestro puesto de trabajo, los horarios, nuestras propias competencias) se está volviendo cada vez más fluido gracias a una vasta gama de dispositivos digitales que nos permiten trabajar en cualquier momento y desde cualquier lugar que tenga conectividad.
Hoy nos resulta difícil imaginar cómo podría ser la vida sin Internet, sin redes sociales, sin buscadores, sin email y sin el enorme universo de aplicaciones móviles que usamos a cada momento. La tecnología ha cambiado muchos aspectos de nuestra cotidianidad y de nuestro trabajo, creando nuevas oportunidades y nuevas formas de conexión, pero también nuevos riesgos de malestar, segregación y aislamiento. Para bien o para mal, la tecnología parece tener la capacidad de dar forma no solo a los procesos sino también a las relaciones y los estilos laborales.
La colonización de todos los ámbitos de la vida por las nuevas herramientas digitales, en especial en el mundo del trabajo, merece una reflexión que ya se han hecho muchos tecnólogos y filósofos. Las tecnologías que usamos a diario, ¿son neutrales en sus efectos o pueden tener consecuencias sociales e influir sobre nuestra forma de entender el mundo? ¿Integramos nuestros valores y nuestros sesgos en las tecnologías que construimos o estos recién emergen cuando decidimos qué hacer con ellas?
La neutralidad (o no) de las nuevas tecnología es una de las cuestiones más polémicas de la actualidad y, a grandes rasgos, existen dos posturas bastante definidas al respecto:
→ La tecnología es neutral, todo depende del uso que se haga de ella. Los defensores de este argumento sostienen que la tecnología es solo una herramienta que no tiene propiedades o valores intrínsecos y que lo importante no es la tecnología en sí misma sino el contexto (los sistemas sociales, económicos y productivos) en el que está integrada. Es una concepción instrumental de la tecnología: el uso determina el valor. Según esta visión, las personas conservamos el control para usar nuestras herramientas como queramos, es nuestra decisión.
→ La tecnología no es neutral porque está modelada por las elecciones y los valores de quienes la diseñan. Quienes adhieren a esta postura lo hacen con el argumento de que la tecnología se crea de manera voluntaria y consciente para satisfacer una necesidad y cumplir un propósito. Por esto, cuando desarrollamos una tecnología lo hacemos con un objetivo en mente y elegimos qué reglas éticas aplicar en el diseño. Esto tiene un profundo efecto en la sociedad porque, a medida que pasa el tiempo y la familiaridad con la tecnología crece, esta se vuelve “invisible” y ni siquiera se la cuestiona.
Si ninguna elección humana es neutral, ¿por qué habrían de serlo las tecnologías que creamos?
De acuerdo con la periodista e investigadora Stephanie Hare1, la tecnología es parte de lo que nos hace humanos; todos la usamos y ésta, a su vez, moldea nuestra vida tanto directa como indirectamente a través de los valores que tiene incorporados, redefiniendo lo que significa tener autonomía y disfrutar de nuestra privacidad, libertad y derechos.
Muchas de las corporaciones más valiosas e influyentes del mundo son empresas de tecnología que, junto con brindarnos algún servicio, recopilan, analizan y almacenan nuestros datos; pueden influenciarnos, espiarnos, manipularnos, controlarnos y exponernos al riesgo de perder nuestra información y dejarla en manos de delincuentes, argumenta.
Otros teóricos, como el filósofo y sociólogo francés Jacques Ellul2, afirman que, en la actualidad, la tecnología es la característica que define el entorno en el que vivimos. La experiencia más profunda del hombre ya no es con la naturaleza sino con el medio técnico y es la tecnología la que nos transmite sus valores.
Ya en los comienzos de la era de Internet, el sociólogo estadounidense Neil Postman3 alertaba sobre la capacidad de la tecnología para cambiar no solo la forma en que funciona la sociedad, sino también nuestros hábitos mentales. Tanto que, asegura, hemos incorporado en el lenguaje cotidiano la metáfora del ser humano como una máquina y se ha vuelto común referirse al pensamiento como una mera cuestión de procesamiento y decodificación. Además de esto, insiste, no siempre está claro –especialmente en los inicios de una tecnología– qué efectos tendrá ésta sobre la sociedad ya que los cambios que introduce pueden ser sutiles e impredecibles.
Esta visión está avalada por diseñadores e ingenieros de grandes empresas tecnológicas de hoy. Muchos de quienes ayudaron a construir los componentes básicos de nuestro entorno digital actual admiten que, aunque en principio las herramientas digitales se desarrollan con las mejores intenciones, luego puede emerger alguna consecuencia negativa o no deseada. Tal es el caso de algunos mecanismos muy adictivos que impregnan las tecnologías sociales.
En este sentido, Tristan Harris –ex Gerente de Productos de Google– ha revelado que algunas de estas tecnologías afectan las mismas vías cerebrales que refuerzan los comportamientos basados en la recompensa para asegurar la supervivencia (la búsqueda de alimento, refugio, calor, sexo, etc.), pero que también son capaces de incentivar conductas adictivas tales como el consumo de drogas, las apuestas, etc. No obstante, Harris cree que las empresas de tecnología nunca se propusieron deliberadamente hacer que sus productos fueran adictivos, sino que se trató de una consecuencia impredecible en pos de la atención del público4.
El desarrollo tecnológico no es un proceso completamente aleatorio. Si una sociedad tiene alguna necesidad, real o percibida, alguien comenzará a buscar una solución.
Actualmente, la tecnología es claramente parte de la solución para la implementación de un modelo híbrido, la tendencia dominante en la pospandemia. Pero también puede ser parte del problema, afirma Harald Becker, Director of Customer Engagements & Insight de Microsoft5.
Los conflictos comienzan cuando la tecnología no está completamente integrada en el flujo de trabajo, cuando los datos se usan de manera poco ética (lo que incluye prácticas tales como rastrear y exponer los datos de los empleados) y cuando los usuarios no tienen opciones de control o personalización.
La tecnología mal implementada puede conducir a una disminución en el bienestar de los empleados debido al agotamiento por exceso de trabajo, sobrecarga de reuniones y un horario extendido más allá de la jornada laboral. Las mismas tecnologías que nos ayudan a mejorar la productividad tienen un costo agregado: la presión de estar constantemente disponibles, conectados y sobreinformados. Esto concuerda con los postulados de Ellul, quien sostiene que los valores tecnológicos actuales (normalización, eficacia, eficiencia, precisión, crecimiento sin límites y velocidad, entre otros) terminan imponiéndose de manera acrítica en nuestras vidas y, por supuesto, también en el trabajo.
Michael L. Dertouzos, científico informático que dirigió por casi 30 años el Laboratorio de Ciencias Computacionales e Inteligencia Artificial del MIT, afirmaba en 20106 que mientras la tecnología crece exponencialmente los seres humanos permanecemos en nuestros cuerpos y mentes arcaicas, tal como lo hemos hecho durante milenios.
La búsqueda para encontrar el equilibrio entre el aumento de las capacidades tecnológicas modernas y la satisfacción de las necesidades humanas más profundas debe pasar por la creación de herramientas centradas en las personas, afirma.
Si es cierto que la tecnología modela nuestros valores, nuestra sociedad, nuestras organizaciones, nuestras empresas y nuestra forma de trabajo, es lícito preguntarse qué podemos hacer para influir en este proceso sin ser meros espectadores. Tal vez es hora de comenzar a reflexionar sobre la necesidad de acordar colectivamente qué valores vamos a privilegiar en las herramientas que utilizamos y cuáles no.
Y, aunque la discusión sobre la neutralidad de la tecnología aún no está zanjada, este debate se está volviendo cada vez más importante de cara al ascenso de las nuevas herramientas digitales que se avizoran en un futuro cercano (el Metaverso, la Inteligencia Artificial, etc.) ya que probablemente sean mucho más poderosas que las actuales y tendrán un potencial de contingencias que aún no podemos anticipar.
Referencias:
1 HARE, S. (2022): “Technology is not Neutral”.
2 ELLUL, J. & HOPKIN, C. E. (1975): “The New Demons”.
3 POSTMAN, N. (1992): “Technopoly: The Surrender of Culture to Technology”.
4 LEWIS, P. (2017): “Our minds can be hijacked: the tech insiders who fear a smartphone dystopia”.
5 DENNING, P. J. et al. (2010): “The invisible future”.
6 BECKER, H. (2022): “Why technology is not neutral in enabling hybrid work”. Worktech Academy.
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