Para afrontar las transformaciones de un mundo que cambia a pasos agigantados, la educación debe brindar herramientas funcionales para el trabajo del nuevo milenio.
Una publicación de Contract Workplaces
El siglo XXI ha estado caracterizado por la creciente globalización, el avance exponencial de las tecnologías de la comunicación, el auge de las redes sociales y la inteligencia artificial, el cambio climático, las convulsiones políticas y sociales y, durante los tres últimos años, la pandemia de COVID-19.
La naturaleza del trabajo también ha cambiado mucho durante las últimas décadas. Los avances tecnológicos que nos han traído hasta aquí han dado pie a la obsolescencia de algunas habilidades laborales (con la consiguiente pérdida de los trabajos más mecánicos y repetitivos) mientras que la demanda de otras competencias aumenta, creando nuevos puestos laborales.
Hoy, los lugares de trabajo se han vuelto más planos, abiertos, flexibles y transparentes y en las organizaciones se valora más la labor en equipo que la jerarquía. En el sector de la educación también están surgiendo cambios; las escuelas y universidades ya no se perciben como entidades cerradas, sino como parte de un ecosistema más amplio1.
Como resultado, nuestra relación con el trabajo y el aprendizaje, nuestros hábitos sociales y la valoración del mundo que nos rodea están cambiando a pasos agigantados. Para afrontar estas transformaciones debemos adquirir las habilidades adecuadas, aquellas que nos servirán para navegar con más seguridad el nuevo milenio.
No obstante, frente a tanta volatilidad, hay algo que permanece sin cambios: la confianza en la educación y el aprendizaje continuo como factor fundamental para la formación de individuos informados, independientes, creativos y críticos, capaces de insertarse en el mercado laboral y de prosperar en el mundo de hoy.
En vista de las rápidas y profundas transformaciones que vivimos, los conceptos de trabajo y educación necesitan con urgencia una nueva conceptualización. En un contexto en el que para prosperar hay que cambiar, las herramientas que posibilitarán la supervivencia serán aquellas que tengan la capacidad de generar nuevas respuestas frente a nuevos escenarios. Es lo que Robert Sternberg ha dado en llamar “inteligencia adaptativa”.
Sternberg define la inteligencia adaptativa como una herramienta necesaria para adecuarse a las condiciones actuales y anticipar los problemas futuros en el mundo real2. Esto implica no solo promover la capacidad individual para sobrevivir y prosperar, sino también la de las generaciones futuras en el marco de una empresa colectiva.
La inteligencia adaptativa comprende un conjunto de diversas habilidades, actitudes y comportamientos que nos permitirán lograr el bien común a largo plazo: conocimientos y habilidades creativas, analíticas y prácticas. Las personas con inteligencia adaptativa tienen ideas novedosas y convincentes (inteligencia creativa), se aseguran de que esas ideas tengan una lógica sólida y coherente (inteligencia analítica), pueden poner las ideas en práctica y persuadir a otros de su utilidad (inteligencia práctica) para encontrar soluciones que aseguren el bien común.
Sternberg asegura que el uso de la inteligencia adaptativa como un marco para la enseñanza ayuda a insertarla en un contexto más vasto que es relevante tanto para la vida cotidiana de los estudiantes como para proyectarse con éxito en el mundo laboral. Y, en un sentido más amplio, ayuda a las personas y las comunidades a prosperar en tiempos de incertidumbre para mejorar sus vidas y hacer del mundo un lugar mejor.
La evolución del mundo del trabajo significa que también hay que implementar cambios adaptativos en la educación para equipar a las jóvenes generaciones con nuevas habilidades.
Hoy, las economías de todo el mundo se basan en la creatividad, la innovación y la colaboración, en resolver problemas complejos y en analizar la información de manera crítica y efectiva. Además, la tecnología sustituye cada vez más al trabajo manual y repetitivo y se integra en la mayor parte de los aspectos de la vida laboral.
Para ello es importante que las escuelas y universidades se centren, junto con el desarrollo de las competencias académicas tradicionales, en favorecer también las habilidades “blandas” que no se basan en el conocimiento del contenido (la inteligencia adaptativa, el pensamiento crítico, la creatividad, la resiliencia o la comunicación, entre otras) en una etapa temprana de la vida. Esto les permitirá a las nuevas generaciones desempeñarse con mayor eficiencia en su ingreso al mundo laboral.
La Academia Nacional de Ciencias de los EE.UU. sugiere la agrupación de estas habilidades en tres dominios de competencia: cognitiva, interpersonal e intrapersonal, al tiempo que reconoce que, si bien son diferentes, están entrelazadas en los procesos de desarrollo y aprendizaje3.
→ Conocimiento. La adquisición de conocimiento incluye la incorporación de conceptos e ideas abstractas de distintas áreas (alfabetización, matemáticas, ciencia y tecnología, cultura, instrucción cívica, etc.) además de la comprensión práctica basada en la experiencia. Históricamente, estas herramientas eran suficientes para ingresar a la fuerza laboral. Hoy, representan solo el punto de partida en el camino hacia el dominio de las habilidades del siglo XXI.
→ Pensamiento crítico y resolución de problemas. El pensamiento crítico es la capacidad de conceptualizar, analizar y evaluar situaciones, ideas e información para generar puntos de vista consistentes y respuestas sensatas frente a problemas concretos. La capacidad de pensar críticamente es indispensable para la toma de decisiones, especialmente cuando campea la desinformación de las posverdad y se reemplazan los hechos, las evidencias y los datos completos y objetivos por las creencias infundadas y los datos selectivos.
→ Creatividad. La compleja realidad en la que vivimos y los problemas a los que nos enfrentamos están tornando imprescindible el aporte de nuevas ideas para encontrar soluciones innovadoras. La creatividad es una habilidad cada vez más valorada como factor de cambio y se ve favorecida por la colaboración y la estimulación de ideas ajenas, a veces provenientes de áreas muy diversas. El trabajo en equipo, la diversidad, la integración interdisciplinar y aceptar el error como parte del proceso son los pilares que la educación debe fortalecer para fomentar las habilidades creativas.
→ Autonomía. Es la capacidad de las personas para autogobernarse según sus propias creencias y decisiones. Permite realizar planes y proyectos, hacer valer derechos, intereses, límites y necesidades. Fomentar la autonomía desde la escuela produce individuos capaces de hacer frente a las diferentes y cada vez más impredecibles demandas del trabajo con proactividad y responsabilidad. Si se socava la autonomía se pagan costos altos en términos de desempeño, especialmente cuando se requieren capacidades de flexibilidad, innovación, creatividad, etc.
→ Flexibilidad. La flexibilidad mental permite ajustar de manera eficiente los procesos cognitivos y la conducta ante contextos y situaciones novedosas, inesperadas o inestables con el fin de adaptarse a las nuevas demandas. Podría decirse que esta habilidad es fundamental ya que ha evolucionado como respuesta a la necesidad de sobrevivir en un entorno que cambia constantemente. Las personas flexibles tienen mayores oportunidades laborales ya que son capaces de desempeñarse en diversos roles o en diferentes campos y son más resilientes frente a los obstáculos.
→ Iniciativa. Es la capacidad para proponer, desarrollar o idear proyectos propios en cualquier contexto. Es una cualidad importante para el empleo pues supone la capacidad para asumir riesgos y buscar alternativas anticipándose a los problemas que surgen a diario y a los retos que presenta el futuro. La curiosidad y la pasión son los principios rectores de las personas proactivas.
→ Colaboración y trabajo en equipo. La colaboración es un proceso en el cual las personas trabajan juntas para lograr un objetivo común mediante el intercambio de ideas, puntos de vista y opiniones, el aprendizaje, la creación de consenso y la toma de decisiones. Este proceso también implica la conversación y la interacción, lo que permite que la gente exprese sus propios pensamientos y experiencias internas para que sean accesibles a los demás a través de distintos medios. La capacidad para colaborar y trabajar en equipo son competencias esenciales para la fuerza laboral del siglo XXI que se deben desarrollar desde los años formativos.
→ Comunicación. Aprender las habilidades necesarias para comunicarse de manera clara y efectiva es esencial para el éxito en la vida académica y laboral. Saber escuchar, hablar, leer y escribir con precisión ayuda a las personas a expresar sus pensamientos e ideas y les permite comprender e interpretar los mensajes de los demás. Las habilidades de comunicación se pueden ir desarrollando a lo largo de la vida para mejorar la colaboración, las relaciones sociales y la toma de decisiones.
Referencias:
1 OECD (2019): “Future of Education and Skills 2030”.
2 STERNBERG, R.J. (2021): “Adaptive Intelligence: Its Nature and Implications for Education”.
3 NATIONAL RESEARCH COUNCIL (2012): “Education for Life and Work: Developing Transferable Knowledge and Skills in the 21st Century”.
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