Una mirada sobre el Metaverso y su capacidad para modificar nuestra percepción y el concepto mismo de realidad. Los límites y la ética detrás de las nuevas tecnologías.
Una publicación de Contract Workplaces
Las principales empresas de tecnología que modelan el mundo actual se han lanzado a la conquista de un nuevo Santo Grial: el Metaverso, un instrumento capaz de fusionar los mundos físico y virtual para brindar experiencias de trabajo más interactivas y reales.
En esta charla que se llevó a cabo en el marco de las conferencias Worktech sobre el futuro del trabajo, Víctor Feingold, CEO de Contract Workplaces, analiza la capacidad de esta nueva herramienta para modificar no solo nuestros comportamientos y sentimientos, sino también el concepto mismo de realidad. Y a todo esto se suma la necesidad de determinar los límites, las reglas y la ética detrás de las bondades que ofrecen las nuevas tecnologías.
Durante mucho tiempo, la ciencia ha descripto nuestro cerebro como una computadora capaz de procesar y describir la información recibida, comenzó Feingold. Sin embargo, hoy la neurociencia contempla el cerebro como un simulador; un intrincado y complejísimo sistema formado por miles de millones de neuronas que sustentan la percepción y la acción tratando de armonizar constantemente las entradas sensoriales con las expectativas o predicciones.
De acuerdo con esta teoría, la mente sería un sistema biológico de realidad virtual que, a través de una larga evolución, aprendió a anticipar los estímulos sensoriales antes de que ocurran (la llamada “hipótesis de la codificación predictiva”). Por ejemplo, cuando tenemos hambre y pensamos en comida, el cerebro trata de predecir las percepciones que espera recibir y las transforma en acción salivando por anticipado.
Para minimizar el error de predicción, nos cuenta Feingold, el cerebro tiene dos modelos íntimamente entrelazados que interactúan y se actualizan continuamente: una cartografía detallada del mundo físico y un mapa mental del cuerpo. A partir de la acción conjunta de estos dos modelos nuestro cerebro crea una simulación interna orientada a representar y predecir acciones, conceptos y emociones, y a regular y controlar nuestro cuerpo de manera efectiva en el mundo físico. Todo esto es lo que determina nuestra experiencia en el mundo real.
En este sentido, la realidad virtual funciona de manera similar al cerebro ya que comparte con éste el mecanismo básico de la simulación: crea representaciones digitales realistas del cuerpo y el espacio que las personas pueden manipular y explorar.
Si la televisión y las redes sociales pueden considerarse tecnologías persuasivas debido a su capacidad para influir en las actitudes, opiniones y comportamientos de las personas, el Metaverso, en cambio, es una tecnología transformadora ya que es capaz de modificar lo que nuestro cerebro “cree” que es la realidad hackeando diferentes mecanismos cognitivos clave: la experiencia de estar en un lugar y en un cuerpo, y la capacidad de inducir emociones y experiencias.
Feingold afirma que para muchos de nosotros puede resultar difícil creer que nuestra experiencia física es el resultado de una simulación ya que, de hecho, nuestro cuerpo es lo más concreto y personal que tenemos: lo podemos tocar, lo sentimos, lo movemos… Somos nuestro cuerpo.
Sin embargo, la práctica clínica ha demostrado que la experiencia de nuestro cuerpo no es directa, sino el resultado de una simulación creada por nuestra mente; y esta simulación a veces falla. He aquí dos buenos ejemplos:
En una edición anterior de Worktech, Feingold se refirió a la Neuroarquitectura, disciplina a la que podemos definir como el diálogo entre la mente y el espacio físico que habitamos. En esa oportunidad apuntaba que hace ya algunos años se ha comprobado científicamente que se pueden diseñar espacios capaces de favorecer, por ejemplo, el bienestar, la creatividad, la concentración y la memoria de las personas. Es más, se ha comprobado que los espacios estimulantes favorecen la producción de nuevas neuronas de manera que no solo el entorno puede cambiar nuestra conducta y estado de ánimo, sino también modificar nuestros cerebros. Sin embargo, la otra cara de la moneda nos alerta sobre la posibilidad de crear ambientes generadores de angustia, estrés, desorientación y depresión.
Hoy, el Metaverso ofrece una nueva frontera para la exploración y potenciación de la Neuroarquitectura.
En un experimento llevado a cabo por Domna Banakou y su equipo en la Universidad de Barcelona (2018)1, se demostró que, aunque tendemos a pensar en nuestra imagen corporal como una referencia consolidada y estable, la representación que el cerebro hace del cuerpo es susceptible de cambios rápidos, induciendo también modificaciones en la percepción, la actitud y el comportamiento. El estudio consistió en encarnar virtualmente a un grupo de personas en el cuerpo de Albert Einstein (un arquetipo de superinteligencia) y, como resultado, se verificó en los participantes un mejor desempeño en las tareas cognitivas que en el cuerpo normal, junto con una mejora en la autoestima.
Esto significa que, cuando nuestro cerebro se identifica con un cuerpo diferente cambia sus simulaciones de manera automática: si soy Einstein debo ser más inteligente y, por lo tanto, me volveré inteligente. La misma técnica se había utilizado previamente en 2016 para cambiar actitudes racistas verificando que habitar el cuerpo de una persona negra reducía los prejuicios raciales2.
Neal Stephenson fue quien acuñó el término “Metaverso” en su novela Snow Crash3, en la que describe un espacio virtual compartido y habitado por seres humanos representados por avatares. El protagonista de la novela es un repartidor de pizzas en el mundo real, pero un diestro guerrero samurái en el Metaverso. En el Metaverso podemos ser quien queramos ser y estar donde queramos estar.
Pero, estos universos siempre tendrán reglas que fueron definidas por quienes los crean y administran. La tecnología no es neutral.
Si nuestras actitudes, sentimientos y comportamientos pueden ser inducidos y condicionados a partir de la percepción que tengamos de nuestro entorno y de nuestro cuerpo, y si buena parte del futuro del trabajo estará orientado a actividades dentro de Metaversos creados por terceros, ¿quiénes serán los que definan los límites, las reglas y la ética de estos entornos? Como sucede con todas las tecnologías disruptivas, las regulaciones deberán llegar, tarde tal vez, pero inexorablemente.
Feingold asegura que aunque el Metaverso abre nuevos escenarios en las áreas de salud, bienestar, educación y trabajo, también esconde una paradoja. Por un lado, el aspecto constructivo sobre las posibles aplicaciones positivas de esta tecnología (y aquí también habrá que definir qué entendemos por positivo). Y, por el otro, un lado B –la otra cara de la misma moneda– que esconde los riesgos que implica el uso del Metaverso, una herramienta tan potente que es capaz de modificar no solo nuestros comportamientos y sentimientos, sino también nuestro concepto de realidad.
Sin pretender hacer futurología, sospecho que el Metaverso será un complemento del mundo físico y las empresas deberán desarrollar estrategias para maximizar ese potencial, concluye Feingold.
Trabajar en el Metaverso permitirá un fácil acceso a contenidos, atraer talento deslocalizado, disminuir o eliminar los tiempos de traslado y reducir el impacto medioambiental, así como también captar datos en tiempo real que, combinados con la IA, pueden ayudar a mejorar procesos y estrategias.
Pero, por un buen tiempo, no parece que el Metaverso vaya a reemplazar la energía que se genera cuando las personas se encuentran, ni tampoco la serendipia, la innovación, la creatividad, la cohesión cultural y el sentido de pertenencia.
El Metaverso y el espacio físico se pueden pensar como distintos canales, cada uno destinado a transmitir diferentes tipos de información. La oficina será cada vez más un lugar de conexión y encuentro donde posiblemente los empleados también podrán acceder a “portales“ hacia el Metaverso, equipados con tecnologías avanzadas de realidad virtual y aumentada no disponibles en sus casas.
Pero si hoy, en la era de Internet 2.0, la captura de datos personales (quiénes somos, qué hacemos, qué consumimos) es un tema sensible que se utiliza para modelar nuestra opinión o para inducirnos a ciertos consumos, imaginen la cantidad exponencial de datos que facilitaremos cuando habitemos el mundo virtual, asegura Feingold. Una investigación reciente comprobó que por cada minuto que pasamos en la RV se relevan más de 100.000 datos de nuestra persona.
La regulación sobre la privacidad y su marco ético serán cuestiones clave para hacer de esta poderosa herramienta una tecnología que mejore nuestras vidas y potencie nuestra humanidad que es, finalmente, la esencia de lo que somos: personas y no avatares.
Referencias:
1 BANAKOU, D. et al. (2018): “Virtually Being Einstein Results in an Improvement in Cognitive Task Performance and a Decrease in Age Bias”.
2 BANAKOU, D. et al. (2016): “Virtual Embodiment of White People in a Black Virtual Body Leads to a Sustained Reduction in Their Implicit Racial Bias.” Frontiers in Human Neuroscience.
3 STEPHENSON, N. (1992): “Snow Crash”.
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