El desafío de crear lugares de trabajo y empresas con menos impacto ambiental y mayor bienestar.
Una publicación de Contract Workplaces
El Homo Sapiens no es la especie más numerosa de la Tierra, pero a lo largo de su evolución ha producido un impacto medioambiental tanto o más importante que las fuerzas naturales en un muy breve período de tiempo. Desde que comenzó la industrialización hasta hoy, ningún lugar del planeta ha quedado libre de la huella humana: vivimos en la era del Antropoceno.
Durante los últimos dos siglos, la actividad económica y productiva del hombre ha transformado cada vez más los hábitats y ecosistemas naturales: la extracción de combustibles fósiles, la deforestación para tierras de cultivo o ganadería extensiva, la minería y la pesca indiscriminadas, entre muchas otras acciones, se encuentran entre las principales fuentes de degradación del entorno.
El aumento de la población, junto con el asentamiento en grandes centros urbanos, también han sido posibles gracias a la transformación de la biosfera para satisfacer los deseos y necesidades humanos. Las ciudades –donde ya vive más de la mitad de la población mundial– contribuyen con el 70% de las emisiones de CO2, lo cual no sorprende ya que el entorno construido utiliza anualmente casi la mitad de los materiales que se extraen en el mundo, genera el 50% de los residuos sólidos, el 35% de la polución térmica y demanda cerca del 45% de la energía disponible. A esto cabe agregar que la densidad urbana y los patrones de uso del suelo también determinan, en gran medida, los hábitos de transporte; las ciudades densas están predominantemente orientadas al tránsito vehicular, el consumidor del 60% del total del petróleo extraído y el responsable de todo tipo de emisiones contaminantes.
La destrucción de los ecosistemas naturales también ha tenido consecuencias imprevistas en la salud. Al modificar los hábitats de las poblaciones animales se han alterado los patrones y mecanismos de interacción entre especies facilitando la transmisión de enfermedades infecciosas a los humanos. Desde la aparición del SIDA en 1981, otras afecciones virales tales como el Ébola, el SARS, el MERS y el reciente COVID-19, han sido causadas por cambios ecológicos que favorecieron la transmisión de microorganismos desde la fauna silvestre a los humanos.
Es evidente que la perspectiva antropocéntrica nos ha separado de la naturaleza dándole a ésta el valor de un recurso, lo que ha condicionado el modo insostenible en el que vivimos, producimos, consumimos y trabajamos. Pero los recursos del planeta no son infinitos, por lo que resulta imperativo encontrar la manera de reducir el consumo de los combustibles fósiles, utilizar la cantidad mínima de energía y de materiales, y limitar la producción de residuos y desperdicios tóxicos.
En 1991, dada la creciente preocupación por el medio ambiente, se presentaron en el Foro Urbano Mundial de la Cumbre de la Tierra los Principios de Hannover. Este documento –definido hace ya casi tres décadas y comprometido con el concepto de pertenencia e interdependencia con la naturaleza– sigue siendo tan actual hoy como entonces. Sus criterios son básicos para preservar el equilibrio de los ecosistemas y definen con creces los fundamentos para un diseño sostenible:
Los Principios de Hannover fueron la primera expresión de una idea transformadora sobre la relación del diseño con la naturaleza basada en el respeto, el cuidado y el aprendizaje. Los ciclos naturales son eficientes, eficaces y regenerativos, no producen residuos ni contaminantes. Si aprendemos de ellos podremos crear materiales, edificios, lugares de trabajo y empresas con menos impacto negativo, mayor productividad y más bienestar y efectos saludables.
La sostenibilidad implica atender las necesidades actuales sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras de satisfacer las suyas, garantizando el equilibrio entre el crecimiento económico, el cuidado del medio ambiente y el bienestar de la sociedad.
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