¿Cómo recuperaremos el escenario cotidiano de convivencia frente a un mundo que se ha recluido durante meses para enfrentar la pandemia?
Una publicación de Contract Workplaces
En las últimas décadas –producto de los profundos cambios que se vienen registrando gracias al extraordinario desarrollo de la tecnología, a la globalización y a la evolución de los hábitos sociales– se comenzaron a instalar algunas tendencias que están transformando el mundo del trabajo y las organizaciones.
Hoy, la irrupción de un actor imprevisto encarnado en la pandemia de COVID-19, nos ha forzado a afrontar la necesidad del aislamiento físico junto con la adopción a nivel masivo del teletrabajo en todas sus modalidades. Estas circunstancias excepcionales aceleraron la rápida aceptación y el crecimiento exponencial de tendencias que ya estaban presentes en algunas organizaciones pero que hubieran tomado más tiempo en afianzarse.
Para muchos de nosotros, trabajar en casa ha alterado el ritmo de la vida tal como la conocíamos. El aislamiento físico y social, las dificultades de concentración, los problemas derivados de la falta de ejercicio físico, el estrés, el exceso de tecnología y la necesidad de interacción con los demás son algunas de las consecuencias de este largo confinamiento. No obstante, hasta que no dispongamos de una vacuna contra este virus altamente contagioso, el distanciamiento físico, junto con las normas de higiene, seguirán siendo las formas más efectivas de prevención. En este sentido, la tecnología ha desempeñado y seguirá cumpliendo un papel fundamental al permitirnos estar en contacto virtual con nuestros amigos, familiares y compañeros de trabajo.
Pero somos seres sociales, necesitamos el contacto personal porque esa es nuestra condición natural para desarrollar una vida plena no solo en el plano social sino también en el laboral. No olvidemos que, desde hace dos siglos, el trabajo ha sido la condición principal para pertenecer a la sociedad; estructura nuestro tiempo y ayuda a construir nuestra identidad. Es un esfuerzo colectivo que también nos abre a las ideas y la visión del mundo de otras personas, nos vuelve más creativos y tiene un profundo impacto sobre nuestro bienestar físico y mental.
¿Cómo recuperaremos el escenario cotidiano de convivencia frente a un mundo que se ha recluido durante meses para enfrentar la pandemia? Hoy, esa es la gran incógnita.
Actualmente, muchas organizaciones ya están anticipando la reapertura de sus operaciones en este contexto que muchos han dado en llamar “la nueva normalidad”. Esto nos obligará a tomar una mayor conciencia sobre el bienestar y la seguridad de los trabajadores, tanto presentes como remotos, y a pensar en la necesidad de implementar nuevas estrategias para reducir el riesgo de transmisión del virus en la oficina.
La realidad es que la vida no volverá a ser la misma después de la pandemia, el trabajo tampoco. La eclosión de este nuevo coronavirus, ante el cual estamos indefensos, es el primero de muchos otros eventos disruptivos que probablemente se desarrollarán a lo largo de este siglo y para los que debemos estar preparados. Porque lo cierto es que el COVID-19 no solo ha impactado en la forma en la que trabajamos ahora y en la que trabajaremos a corto plazo; tendrá una huella duradera que transformará el propio concepto de “lugar de trabajo”.
Es preciso aprovechar el momento para pensar en los enormes desafíos y oportunidades que se nos presentan, romper con la inercia de los modelos del pasado, prescindir de los viejos hábitos mentales, recapacitar sobre la función de la oficina, proyectar el futuro que queremos alcanzar y trabajar por ello. Estos cambios requerirán un pensamiento transformador y mucho esfuerzo, es verdad. Pero, en última instancia –y más allá de las formas que adopte en el futuro–, el objetivo último de la oficina será construir un entorno seguro y saludable donde podamos desarrollar todo nuestro potencial, colaborar con colegas y alcanzar los objetivos de la organización.
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