Dime dónde trabajas y te diré quien eres

Por Marianela Lavate

Los espacios y la mente dialogan, y ese intercambio queda plasmado en la neuroarquitectura, una nueva variante de las numerosas dimensiones con el prefijo neuro. Porque al ingresar en un lugar, el cerebro no tarda en reaccionar, y responde no solo ante factores objetivos, como la funcionalidad o aspectos técnicos, sino también ante la estética y los símbolos. La percepción es multisensorial y desencadena una decodificación inmediata, que estimula redes neuronales. `El entorno modela conductas y es posible crear un ambiente de trabajo que ayude a mejorar la productividad`, explica el especialista en neuroarquitectura Víctor Feingold, CEO de Contract Workplaces, durante el Worktech Buenos Aires 2018. `El lugar puede potenciar la capacidad de las personas, principalmente a través de un buen diseño de las dimensiones ambiental y emocional`, agrega.

El contexto, entonces, debe proveer a quienes trabajan de las herramientas y el clima para que mejoren su performance. `En un espacio de trabajo se dan una cantidad de pequeños sucesos que hacen que una compañía funcione y avance. Pero si hay problemas, habrá tareas que se acumulen o no se hagan`, sentencia el bioarquitecto. El espacio, en suma, es una herramienta de gestión.

Cabe preguntarse, entonces: ¿qué condiciones debería tener? El primer eje, enumera Feingold, es el bienestar, como la calidad de la luz, la ventilación y la ergonometría. Segundo, tiene que tener un `set de espacios para cada actividad`, pues difícilmente se pueda hacer todo confinado a un escritorio. El experto sugiere además incluir espacios que respondan a distintos niveles de concentración e intimidad, para diferentes tipos de reuniones y que estimulen la socialización con puntos de recreación. En esto último hace foco: `El lugar del café es de intercambio, es un ´hub social´ donde se generan muchas cosas positivas gracias al encuentro`. El tercer eje es la alta velocidad del cambio, en cualquier negocio. `Hay que estar siempre reinventándose y adaptándose, por lo que deben generarse condiciones de innovación. Y ésta no viene de una genia o un genio sentados en una torre de cristal, sino del trabajo colaborativo, de la interdisciplinariedad, de gente con distinto ´mindset´ y variados rangos de edad; por eso hay que favorecer esa ebullición`, se entusiasma Feingold.

Para estimular la mutación constante, el especialista destaca que el espacio debiera estar estructurado en pos de los procesos de la organización y no por jerarquías. `Además de ser poco democrático, porque el reconocimiento es territorial, ese criterio es poco flexible: cada vez que se quiere cambiar algo, hay que derribar paredes`. Feingold agrega otro eje: sumar tecnologías que soporten la movilidad. `Somos trabajadores nómades, y el trabajo viene adonde estamos nosotros. Hacer lo contrario implica perder competitividad`. ¿Ejemplos? El acceso remoto a archivos, y disponer de buenos insumos. `Se puede trabajar sin muebles, pero no sin conectividad`, dice. Y advierte: `Su centro no son el edificio y la infraestructura, sino las personas, su bienestar y su sentido de pertenencia`.

 

FUENTE: El Cronista, 28 de noviembre, 2018

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