Oficinas modernas de Bricsa Chile por Contract Workplaces

La oficina ha muerto, larga vida a la oficina

Por Víctor Feingold, Presidente de Contract Workplaces

Víctor Feingold

Somos seres sociales, gregarios por definición, pero esta naturaleza social puede verse afectada por nuestro entono y nuestras circunstancias.

La cuarentena obligatoria ha atrapado nuestras vidas confinándolas, no solo en un espacio físico, sino también virtual.

La pandemia de Covid-19 ha instalado un experimento social masivo sin precedentes, y la explosión en el uso del e-mail, los chats y las videoconferencias a gran escala, revelan lo que siempre hemos sabido: “Las relaciones virtuales pueden resultar extremadamente duras para el cerebro” (1), la administración de las emociones y la comunicación efectiva, impactando finalmente sobre la productividad y el bienestar de las personas.

“La comunicación por chat y correo electrónico muchas veces crea rencor. Y así surgen malentendidos por doquier derivados de una mala redacción, una lectura rápida o una mala interpretación, que suelen desaparecer o disminuir al ver a la persona frente a frente” (2).

Expresarnos más con emoticones que con gestos y palabras, puede resultar impreciso, confuso y limitado. “Los seres humanos nos comunicamos incluso cuando estamos callados” (1).

Durante una comunicación en persona el cerebro se enfoca en las palabras que se dicen, pero también obtiene información adicional a partir de una gran cantidad de señales no verbales, tales como la mirada, los gestos y la postura del interlocutor, información que completa y clarifica el significado del mensaje que se transmite.

“Dado que hemos evolucionado como animales sociales, la percepción de estas señales es algo natural para la mayor parte de la gente y requiere poco esfuerzo consciente. Sin embargo, una videollamada típica deteriora estas habilidades innatas y demanda una atención sostenida e intensa a las palabras. El cerebro, entonces, se ve abrumado por el exceso de estímulos desconocidos (que se potencian en las videollamadas colectivas) mientras se concentra en la búsqueda de señales no verbales que no puede encontrar” (1).

Cuando trabajamos en la modalidad de Home Office, esta situación se repite una y otra vez durante toda la jornada y a lo largo de varias semanas. Entonces, se vuelve casi inevitable la aparición de síntomas que se manifiestan en pesadumbre, fatiga física y mental, mayor distanciamiento y una creciente tendencia al aislamiento, la soledad, el estrés y la ansiedad.

¡Y ni qué hablar de la espontaneidad! Es mucho más difícil que surja durante una videoconferencia en la que suelen abundar los problemas técnicos, la comunicación limitada y una agenda acotada con hora de comienzo y fin. Mucho menos, cuando la posibilidad de expresarse se circunscribe a una carita amarilla de caricatura que difícilmente genere empatía o entendimiento.

¿Por qué es importante la espontaneidad para las organizaciones? La espontaneidad es una gran virtud que facilita las relaciones humanas; las personas espontáneas generan un clima de seguridad y sinceridad, honestidad y autenticidad. Se la suele relacionar con una personalidad genuina, chispeante y fresca que tiene gran importancia a la hora de alcanzar el éxito.

“Una dosis de espontaneidad es necesaria como hoja de ruta vital en busca de lo desconocido” (2). De lo desconocido surge la innovación, de la innovación nace la creación, y de la creación emergen nuevos modelos de negocios que mantienen competitivas a las organizaciones en un mundo donde la única constante es el cambio.

Como comenta Nico Matji, cofundador del estudio de animación Lightbox, en un reciente artículo del diario El País de España: “echo muchísimo de menos la espontaneidad cuando de pronto alguien gritaba ‘¡Qué bueno esto!’ y se formaba un corrillo alrededor. Esa ilusión, esa energía se nota en una película”. Difícilmente la espontaneidad pueda florecer dentro de un equipo que trabaja a distancia.

Si bien la flexibilidad laboral tiene muchos aspectos positivos (mejor balance trabajo-vida social y familiar, menor impacto medioambiental, economía en trasporte, ropa y comida, entre otros), el trabajar exclusivamente desde nuestras casas sin el contacto cara a cara con nuestros compañeros, genera barreras infranqueables para la creatividad y la innovación; “estrecha el margen para imaginar y romper el molde volviéndonos más previsibles y conservadores” (3).

Repetir los mismos hábitos y tareas (el film “El día de la marmota” es una alusión frecuente en estos días) nos encierra no solo en los confines de nuestras casas, sino también en una zona de comodidad y pereza –de falso confort– sin desafiar la reinvención.

Palabras que forman parte del ideario de las corporaciones, tales como trabajo en equipo, cooperación, solidaridad, empatía, creatividad, innovación, confianza, liderazgo, sentido de pertenencia, compromiso y pasión, entre otros, son los ingredientes imprescindibles de la fórmula efectiva para enfrentar los síntomas de la incertidumbre, el riesgo y la complejidad de los mercados en los que nos toca actuar.

¿Creen ustedes que esto se consigue trabajando cada uno desde su casa? Claramente no.

El teletrabajo se instaló en forma intempestiva, improvisada, sin planificación, herramientas, formación ni espacios adecuados. Pero, sin duda, podemos aprender mucho de esta experiencia. Varias organizaciones que percibían el trabajo remoto como una pérdida de control están entendiendo que también tiene su lado beneficioso, y que después de este ejercicio los empleados demandarán más flexibilidad a la hora de cumplir con sus tareas.

Pero, por más “holográficas” y vívidas que sean, las tecnologías difícilmente podrán reemplazar a las relaciones humanas que se construyen a través del contacto personal, con un apretón de manos, con un abrazo o con una mirada entre conversaciones banales y tiempos “perdidos”. Estos son los ingredientes imprescindibles para generar la confianza y el conocimiento necesarios entre los miembros de un equipo que debe trabajar en pos de un objetivo común.

“La nueva normalidad no será, pues, telemática ni presencial sino una mezcla de ambos” (4).

Entonces, si la oficina ha muerto, ¡larga vida a la oficina!

Referencias:

(1) “Zoom fatigue” is taxing the brain. National Geographic.

(2) ¿Por qué es vital ser espontáneo hoy día? Ecoosfera.com.

(3) Espontaneidad. Dr Luis M. Labath.

(4) Y ahora, ¿dónde está la oficina? Diario El País, España.

Nota a Víctor Feingold - El entorno cambia nuestra conducta

El Home no es Office

Por Víctor Feingold, Presidente de Contract Workplaces

Nota a Víctor Feingold - El entorno cambia nuestra conducta

Y de repente, todos nos quedamos trabajando en nuestras casas. De un día para el otro, sin previo aviso y sin estar preparados ni nosotros ni las organizaciones, se inició este experimento forzoso de Home Office sin precedentes a escala global. Entonces comenzaron a surgir algunas voces apresuradas por proclamar el fin de las oficinas: “Después de la pandemia todos trabajaremos desde el hogar y los espacios corporativos serán dinosaurios de otra era”.

Nada más alejado de esta profecía. Veamos por qué.

Los conceptos de Home Office y teletrabajo no son nuevos. Desde que la tecnología nos ha convertido en trabajadores nómadas, la posibilidad de trabajar desde cualquier lugar y en cualquier momento ha sido un hecho y varias empresas han adoptado esta modalidad con resultados diversos, entre los que se cuentan las experiencias poco afortunadas de IBM y de Yahoo.

El poder trabajar productivamente desde el hogar depende de tres factores: la calidad ambiental (contar con un espacio específico, con el mobiliario, la luz, la temperatura y las condiciones de seguridad adecuados), la tecnología (traducida en la calidad de los equipos y la conectividad) y el comportamiento de las personas (que dependerá del temperamento de cada uno y de su capacidad para programar las tareas y las rutinas diarias).

Pero las organizaciones también necesitan cumplir con varios requisitos que hacen a la cultura de cada empresa: confianza en sus colaboradores, comunicación fluida y efectiva y un Management capacitado para gestionar a distancia y centrarse en lo relevante (el cumplimiento de objetivos y no la ocupación de un puesto de trabajo de 9 a 18 horas).

El hecho es que, ya sea del lado del colaborador o del lado de la compañía, estos factores coinciden solo excepcionalmente. Y aunque existiera la remota posibilidad de que el mundo del trabajo evolucionara hacia una nueva realidad sin oficinas corporativas (cosa bastante improbable) esta nunca será viable, aun si se concretasen todos los cambios necesarios –tanto culturales como legales– para formalizar la relación laboral.

Esta afirmación se fundamenta en tres circunstancias que hay que considerar:

1. El entorno

Solo unos pocos privilegiados cuentan en sus casas con el espacio adecuado para trabajar en un ambiente seguro, cómodo y libre de interrupciones.

De acuerdo con la encuesta “Criteria” realizada recientemente en Chile, solo el 36% de los encuestados dijo contar con las condiciones necesarias para el teletrabajo.

Otro sondeo británico realizado sobre un grupo de personas que están trabajando actualmente en sus casas (*IES Homeworkers Wellbeing Survey) concluye que en solo dos semanas los participantes tuvieron una significativa declinación en la salud musculo-esquelética, reportaron mayor fatiga y trastornos del sueño, disminuyeron la actividad física y la calidad de la dieta, junto con un aumento de las preocupaciones emocionales relacionadas con las finanzas, el aislamiento y el balance vida/trabajo.

Esto ya define unas condiciones limitantes ineludibles a la hora de imaginar a toda una fuerza laboral trabajando el 100% de su tiempo desde sus casas.

2. La cultura organizacional

Somos animales gregarios por naturaleza. El aislamiento (que poco tiene que ver con la soledad) enferma a las personas tanto mental como físicamente.

La distancia física conlleva la ausencia del barómetro social que normalmente nos orienta para entender cómo comportarnos ante otras personas y no hay que perder de vista que toda organización funciona como una pequeña sociedad.

Para construir una cultura común es necesario compartir valores e identificarnos como un grupo; conocernos para entender quién es quién, cuáles son nuestros gustos, nuestros miedos, nuestros talentos y nuestro carácter; generar un espíritu de cuerpo, crear una mística y alinearnos detrás de un propósito. Todos estos ingredientes –que resultan casi imposibles de cimentar remotamente– son el aglutinante invisible de las empresas. Como dice Xavier Marcet: “La cultura organizacional es lo que sucede cuando nadie mira”.

En definitiva, la clave para el logro de los objetivos a largo plazo y la salud de las empresas reside en la identidad y el ADN organizacional.

3. La necesidad vital de innovación

La tecnología, la globalización, el cambio climático y las nuevas generaciones establecen nuevos paradigmas cada vez con más frecuencia. Las disrupciones acechan detrás de cada esquina y los modelos de negocios caducan a gran velocidad. Las empresas necesitan entender rápidamente esa nueva realidad para adaptarse, reinventarse y mantenerse competitivas. Esta pandemia es un ejemplo brutal.

Es por esto que la palabra “innovación” ha alcanzado el estatus de estrella dentro de las corporaciones. Sin innovación no hay evolución, y está científicamente comprobado que la creación no surge de un genio iluminado en una cúpula de cristal sino del intercambio activo de ideas entre personas con distintas miradas. En muchas ocasiones, esto sucede en encuentros distendidos y casuales y no solo en espacios de brainstorming con horarios programados.

Si todos nos quedamos en casa, cada uno conectándose por videoconferencia de acuerdo con una agenda preestablecida, la innovación difícilmente florecerá. Esto podría marcar el principio de la decadencia de una empresa y su pérdida de competitividad.

Entonces, ¿para qué vamos a la oficina si podemos trabajar desde cualquier lugar y a cualquier hora? La respuesta es: para encontrarnos.

En la reciente encuesta lanzada por Contract Workplaces en Latinoamérica sobre una muestra de más de 2.000 participantes, hay una respuesta en la que coincide una abrumadora mayoría. Ante la pregunta: “Una vez terminada la cuarentena, si pudieras elegir ¿dónde trabajarías?”. El 82% respondió: “Con flexibilidad para optar por el lugar que me resulte más apropiado en cada ocasión”.

Es por esto que, muy probablemente, en un futuro cercano la oficina policéntrica será el nuevo estándar para la mayor parte de nosotros. Podremos trabajar desde casa, en el Headquarter o en terceros lugares tales como: espacios de coworking, cafeterías, bibliotecas u oficinas satélite, de acuerdo a lo que sea más adecuado y conveniente en cada caso. Esto traerá múltiples ventajas: menor cantidad de desplazamientos de personas, menor huella de carbono, mayor bienestar, mejor balance vida/trabajo y menores costos para las empresas y los empleados junto con equipos más ágiles y productivos.

Por otra parte, hoy las industrias están a merced de mercados volátiles en permanente mutación, lo que hace casi imposible definir cuáles serán las necesidades de espacio que tendrán las compañías en el mediano plazo. Solo unos pocos osados podrían –peligrosamente y a riesgo de equivocarse mucho– aventurar una respuesta.

Las organizaciones también necesitan cada vez más flexibilidad en cuanto a los metros cuadrados que destinarán de aquí en adelante para albergar sus operaciones. Esto, sumado a la renuencia de incurrir en costos de capital, hace del “Office as a Service” un modelo muy conveniente para los tiempos que corren. Un espacio listo para usar donde todo el gasto será OPEX, la operación y el mantenimiento vendrán junto con el paquete de servicios y, sobre todo, con la posibilidad de crecer y decrecer con facilidad. ´Flexibilidad´, es el nombre de la canción.

En una reciente investigación, la consultora JLL apunta que desde 2010 el modelo Flex Office ha venido aumentando en Latinoamérica a un ritmo promedio del 23% anual y proyecta que en 2030 el 30% del stock de oficinas corporativas estaría funcionando bajo esta modalidad. Se estima que después del COVID-19 el proceso se acelerará y este porcentaje quedará muy probablemente retrasado, tanto por la demanda de los colaboradores, como por la necesidad de las empresas.

Sin duda, cuando retornemos a la normalidad, el haber experimentado a la fuerza lo mejor y lo peor del Home Office nos habrá proporcionado lecciones invalorables que deberemos capitalizar para diseñar y construir un mundo (algo) mejor.