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La civilización ha evolucionado gracias a descubrimientos y tecnologías que han ido enriqueciendo y modificando nuestras vidas. Sin embargo, el miedo al cambio y la incertidumbre sobre el futuro han acompañado desde siempre el largo camino del desarrollo humano.
Durante la Revolución Industrial, se temía que la mecanización pudiera provocar desempleo masivo y, aunque esto no llegó a ocurrir –a medida que algunos oficios desaparecían, surgían otros nuevos que los reemplazaban–, hubo un fuerte movimiento de resistencia.
A comienzos de los 60, con la irrupción del microchip, comenzaba otra revolución cuyas repercusiones modificarían drásticamente la vida moderna. Actualmente, la tecnología forma parte de la realidad cotidiana y se ha incorporado a una innumerable cantidad de ámbitos; ha mejorado nuestra calidad de vida y ha cambiado por completo la forma en la que nos relacionamos y trabajamos. Y también hoy, como hace 200 años, crece el temor al “desempleo tecnológico”. ¿Reemplazarán los algoritmos a la fuerza de trabajo humana?
Aunque la historia nos enseña que los sucesivos avances han hecho desaparecer algunos puestos de trabajo pero con el tiempo se han creado otros, con el crecimiento exponencial de las tecnologías digitales es difícil saber lo que vendrá. Los cambios disruptivos que transforman el statu quo no son predecibles. Stanislaw Lem decía que solemos prolongar las perspectivas de las nuevas tecnologías mediante líneas rectas hacia el porvenir. De esta forma, la futurología termina por revelar más sobre nuestro propio tiempo que sobre el futuro.
Para que las organizaciones y las habilidades de las personas no queden atrás, las empresas tendrán que afrontar este futuro incierto despojadas de la pesadez de las estructuras tradicionales. Una gran dosis de flexibilidad y capacitación laboral les permitirá reconvertirse para operar con agilidad en un mundo que cambia muy rápido. No podemos predecir el futuro, pero podemos prepararnos.
Víctor Feingold
Arquitecto
Director FM
& WORKPLACES
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