Cuando un gigante de la tecnología como IBM decide convocar a sus empleados a trabajar de vuelta en sus oficinas en forma presencial luego de haber sido, durante décadas, un referente en la adopción del trabajo flexible (y, paradójicamente, un proveedor de soluciones para facilitarlo), sorprende que aún hoy se cuestionen la relevancia y los beneficios de las nuevas formas laborales.

Una tormenta similar sucedió hace 4 años cuando Marissa Mayer tomó la decisión de terminar con la política de trabajo remoto en Yahoo! (lo cual no evitó la debacle), camino que luego tomarían empresas tales como Reddit, Aetna y Best Buy. Y, mientras que otras compañías emblemáticas del sector (Canonical, Mozilla, MySQL) requieren que todos, o la mayor parte de sus colaboradores, trabajen en forma remota, Apple y Facebook invierten sumas astronómicas en construir inmensos campus para sus empleados.

Frente a este panorama, el desconcierto campea en buena parte del mundo corporativo y no es de extrañar; el concepto de flexibilidad está en el corazón de la cultura de Silicon Valley. Pero, tal como ha quedado expuesto, este espejo aspiracional en el que se miran las organizaciones desde hace 20 años, no es monolítico. Y, como sucede a menudo, plantear el problema de manera binaria –a todo o nada– tampoco ayuda a comprender el fenómeno de la flexibilidad.

Si bien es cierto que este modelo no se adapta universalmente y sin reservas a todas las personas ni a todos los tipos de trabajo –ni siquiera a todas las empresas–, la realidad es que hay una cantidad de factores que indican que el trabajo móvil y flexible llegó para quedarse: el alto costo del espacio físico y el colapso vehicular en los centros urbanos son solo algunos de los más visibles. El elemento más importante en la consolidación de esta tendencia es el cambio cultural: las personas ya han asumido su condición de trabajadores móviles aunque a algunas empresas aún les cueste aceptarlo.

Víctor Feingold
Arquitecto
Director FM & WORKPLACES