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Vivimos en la era de las comunicaciones. Hoy es posible trabajar en cualquier momento y desde cualquier lugar con gran autonomía, con horarios flexibles y sin tener que desplazarse. Sin embargo, estos nuevos modelos de trabajo encierran un riesgo potencial: al reducir las oportunidades de contacto social aumentan la sensación de soledad, una tendencia que amenaza con transformarse en una auténtica epidemia global.
Dado que pasamos un tercio de nuestra vida dedicados al trabajo, el peligro que representa el aislamiento no es menor. Más allá del sufrimiento psicológico que significa, la soledad puede producir estragos en la salud física similares a los causados por el cigarrillo y mayores que la obesidad. Además, afecta funciones clave para el desempeño laboral tales como la creatividad, la toma de decisiones y el compromiso.
¿Cómo hemos llegado a esto? La ubicuidad de Internet y el uso extendido de las redes sociales que redujeron el mundo hasta las dimensiones de una "Aldea Global" nos han convertido –a contramano de nuestro mandato biológico– en las personas socialmente más aisladas de las que se tenga noticia. No resulta llamativo, entonces, que a principios de este año el Reino Unido haya creado un Ministerio de la Soledad para atender los problemas de los más de 9 millones de personas, entre jóvenes y mayores, que sufren esta nueva pandemia.
Pero aunque el aislamiento social puede ser visto como una cuestión privada, sus consecuencias tienen tan alto impacto en el funcionamiento de las organizaciones que exigen ser atendidas. Por esto, el espacio de trabajo actual debe transformarse en un ámbito de encuentro social que no solo facilite las tareas sino que también ayude a crear comunidad, favorezca las relaciones y refuerce el compromiso. La tecnología seguirá progresando y la oficina será cada vez más flexible, pero las personas siempre necesitarán el combustible de la interacción social para evitar el sufrimiento intelectual, emocional y físico.
Víctor Feingold
Arquitecto
Director FM
& WORKPLACES
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