En la década del 90, Mark Weiser, el ideólogo de la computación ubicua, afirmaba que las tecnologías más profundas son las que desaparecen y se entretejen en la trama de la vida cotidiana hasta hacerse indistinguibles de ella.

Un buen ejemplo de esto es la electricidad o, mejor dicho, la generación y transporte de la energía eléctrica como herramientas ideadas por el hombre para aprovechar este fenómeno físico. En el lapso de poco más de un siglo, el uso intensivo de la energía eléctrica ha transformado totalmente la vida de las personas, la industria y la economía, permeando todas nuestras experiencias cotidianas, desde la provisión de agua potable hasta el acceso a Internet.

Pero hay una tecnología mucho más básica y omnipresente que tardó milenios en desarrollarse e instalarse entre el común de la gente: la escritura. Sin la revolucionaria capacidad de la escritura para almacenar el conocimiento adquirido por el hombre a través del tiempo, el mundo, tal como lo conocemos, no existiría. Más tarde, la invención de la imprenta catalizó el proceso que hizo posible su penetración hasta los lugares más recónditos de la civilización. Casi no hay lugar donde no podamos encontrar las huellas de un mensaje escrito.

La computación ubicua de la que hablaba Mark Weiser en la década de los 90 hoy se llama Internet de las Cosas y aspira a convertirse en la próxima tecnología que se instalará en nuestra cotidianeidad sin que lo notemos. Una miríada de objetos del mundo real conectados entre sí y a Internet están tejiendo una red global para hacernos la vida más fácil.

Tal como ha sucedido con otros avances tecnológicos de los últimos tiempos, esta tendencia que comenzó en el dominio del consumo personal se irá instalando en la empresa siguiendo la Ley de Martec: una organización no puede cambiar más rápido que la tecnología.

No obstante –y precisamente debido a este desfasaje–, la gestión de la tecnología debe transformarse en una parte central de la operación y la cultura de las empresas para mejorar la experiencia de las personas, aumentar su productividad e introducir nuevos modelos de trabajar y hacer negocios. Todas las evidencias indican que ya no hay marcha atrás: el futuro llegó para quedarse también en la oficina.

Víctor Feingold
Arquitecto
Director FM & WORKPLACES