¿Se puede ser feliz en el trabajo? Existen numerosos estudios que indican que los seres humanos estamos más predispuestos a registrar los sucesos negativos y que almacenamos cuidadosamente las malas experiencias por estrictas razones de supervivencia. En el ámbito laboral, este sesgo de negatividad innata puede generar una emoción de fondo de ansiedad y mal humor que afecta la concentración y disminuye el bienestar y la productividad. Para allanar el camino hacia una fuerza de trabajo feliz, productiva y de buen ánimo es necesario reforzar los estímulos placenteros, positivos y edificantes teniendo en cuenta que la felicidad en el trabajo no solo depende de la satisfacción con la tarea que se lleva a cabo sino que también obedece a factores tales como la cultura de la empresa, la confianza, la autonomía, el sentido de propósito, etc. El diseño del espacio de trabajo cumple un rol decisivo para alcanzar el objetivo de tener una oficina feliz.

Durante miles de años, la forma de trabajo predominante fue la esclavitud; a partir de mediados del siglo XIX comenzó a disminuir gradualmente y finalmente fue declarada ilegal. Desde entonces, el trabajo asalariado pasó a ser la forma más corriente de ganarse el sustento.

Sin embargo, aunque las condiciones laborales han mejorado significativamente a lo largo del tiempo, el trabajo parece seguir asociado con la idea de sufrimiento, lo cual no es de extrañar si pensamos que la etimología de la palabra “trabajo” proviene de “tripalium”, una herramienta dotada de tres puntas afiladas que se utilizaba en la antigua Roma para herrar caballos o triturar granos, y que también se aplicaba como instrumento de tortura.

Actualmente, para muchas personas el trabajo aún significa una tortura con horario fijo frente al escritorio. ¿Puede transformarse esta experiencia que ocupa un tercio de nuestra vida en un hecho placentero? ¿Puede haber felicidad en el trabajo?

Según algunos sondeos que se vienen realizando en esta dirección -y contrariamente a lo que podría pensarse a priori- no parece existir una relación directa entre el salario y la satisfacción o la felicidad en el trabajo. Una vez cubiertas las necesidades básicas, otros factores parecen ser más importantes para que la experiencia laboral cobre un significado positivo. Y la gente feliz -es sabido- es más creativa, eficiente y productiva.

¿El dinero hace la felicidad?


¿Qué significa ser feliz en el trabajo? Algunas investigaciones destacan que no se trata solo de alegría o satisfacción con la tarea que se lleva a cabo y -aunque es un tema de enorme importancia- tampoco está relacionada exclusivamente con el nivel de remuneración. Al parecer, otros valores comienzan a ganar protagonismo para que el trabajo cobre un significado positivo más allá de la cuestión económica: la recompensa social, el aprendizaje, la creatividad, las relaciones personales, el reconocimiento, el estímulo, la seguridad, un buen balance entre la vida laboral y la vida personal, etc.

La investigación empírica más importante sobre la relación entre la felicidad y el dinero la llevó a cabo el economista Richard Easterlin en 19741. Para ello se realizaron encuestas con datos proporcionados por las propias personas sobre su sensación de felicidad -o “bienestar subjetivo”- y el resultado de este análisis condujo a poner en duda la relevancia de la riqueza como la razón principal del bienestar.

Easterlin comparó la sensación de felicidad entre los ciudadanos de varios países con distintos niveles de desarrollo económico y llegó a la conclusión de que, entre aquellas personas que tenían cubiertas sus necesidades básicas, el índice de felicidad medio no variaba sustancialmente, independientemente de los ingresos que recibieran.

Volviendo a la cuestión del salario, de esto se infiere que una vez que se alcanza un nivel razonable de ingresos, las promociones, los bonos y otras recompensas de tipo económico no agregan mucho al bienestar percibido y tienen un efecto a corto plazo.

Negativos por naturaleza

Existen numerosos estudios que indican que los seres humanos estamos más predispuestos a registrar los sucesos negativos y que almacenamos cuidadosamente las malas experiencias antes que las buenas.


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