Los nuevos ambientes de trabajo abiertos y colaborativos que promueven el intercambio y el trabajo grupal no son, necesariamente, la solución ideal para todo tipo de tarea. El ruido, las distracciones, las interrupciones constantes y la falta de privacidad suelen ser las principales fuentes de queja por parte de los trabajadores, y pueden comprometer la productividad. Los espacios más eficaces facilitan la socialización y eliminan las barreras físicas al mismo tiempo que proporcionan un adecuado grado de control sobre el espacio personal. La verdadera privacidad se alcanza cuando el espacio permite controlar la accesibilidad hacia los demás y nos brinda la posibilidad de elegir dónde y cómo trabajar.

La influencia del espacio

El conocimiento del espacio es fundamental para el comportamiento de todas las criaturas vivientes, desde los caracoles hasta los seres humanos. El espacio desempeña un papel fundamental en todo nuestro comportamiento y nuestra interacción con él es constante: vivimos en el espacio, nos movemos a través de él, lo exploramos y lo defendemos. Puesto que no hay un órgano sensorial dedicado al espacio, su representación interna es una operación cognitiva por excelencia que requiere una integración en gran escala. El cerebro debe combinar inputs que provienen de varias modalidades sensoriales distintas y generar luego una representación interna global.

Esta representación requiere la creación de algún tipo de mapa interno cuya naturaleza parece tener muchas características compartidas entre los individuos, pero también algunas propiedades idiosincrásicas influenciadas por factores personales y psicológicos.

Como protagonista del hecho arquitectónico, el espacio no es neutro; está cargado de un significado simbólico que se nutre de la experiencia y la cultura, y nos influye en un plano inconsciente que modela, en parte, nuestro comportamiento y nuestro estado de ánimo. En este sentido, el diseño del espacio de trabajo representa una herramienta poderosísima que permite (de manera deliberada o como efecto secundario) estimular o desalentar determinado tipo de conductas tales como la colaboración, la interacción y el intercambio personal.

Privacidad y espacio personal

El estudio de las distancias de interacción entre las personas, las cuales definen el espacio personal en función del tipo de relación entre ellas, es la base de la proxemia, término acuñado por Edward Hall a mediados de los 60.

Este espacio personal es un mecanismo de comunicación y, como tal, no puede entenderse independientemente de otros aspectos de la comunicación no verbal tales como la orientación, el contacto físico y el contacto visual. El uso de la distancia interpersonal ayuda a regular la interacción entre las personas y tiene importantes efectos sobre las relaciones y la eficacia de esa interacción. Existen varios factores que influyen en la percepción del espacio personal:

Género. Los varones interactúan con personas del mismo género a una distancia interpersonal más grande en relación con las mujeres. Sin embargo, esto dependerá de la situación, la relación, o el grupo etario.

Edad. Algunas evidencias sugieren que el espacio personal se hace más grande a medida que envejecemos. Cambia a medida que se desarrolla la conciencia de la sexualidad adulta.

Cultura. Edward Hall identificó la importancia de la variación cultural. Sugirió que, si bien todas las culturas utilizan el espacio personal para comunicarse, la dimensión de ese espacio varía de una cultura a otra.

Personalidad. Las personas extrovertidas y sociables tienden a requerir menos espacio personal que los introvertidos.

Competencia y colaboración. Las personas que deben llevar adelante un trabajo que exige colaboración tienen una distancia interpersonal menor que aquellos que compiten.

Estatus. Cuanto mayor es la diferencia de estatus entre los individuos, tanto mayor será la distancia interpersonal utilizada.


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