La congestión vehicular en las grandes ciudades, especialmente en la hora punta, es una constante que tiene dimensiones globales. Y si bien las condiciones pueden variar regionalmente, lo cierto es que, actualmente, más de la mitad de la población mundial es urbana y el incremento de la movilidad en las grandes metrópolis ha comenzado a representar un problema sin precedentes. Un sistema de transporte insostenible no solo perjudica el bienestar de los trabajadores sino que también afecta la competitividad de las empresas y el funcionamiento de la sociedad en su conjunto.
Hoy en día, el modelo territorial y productivo de los países occidentales ha generado un incremento sustancial de las distancias entre el domicilio y el puesto de trabajo, lo cual intensifica la necesidad de desplazamiento. Ya se trate de Buenos Aires, San Pablo, Bogotá, Lima o Ciudad de México, lo cierto es que esta situación no es ajena a la de los 400 millones de latinoamericanos que viven en zonas urbanas y deben afrontar largas odiseas para movilizarse.
La movilidad hacia el trabajo es la responsable de la mayor parte de los desplazamientos en las grandes ciudades. Pero es, sobre todo, el desequilibrio en favor del vehículo particular el que está provocando que la capacidad de las vías de acceso a las ciudades se vea desbordada dando lugar a grandes congestionamientos de tránsito, accidentes y problemas ambientales.
Las condiciones de la infraestructura vial (diseño inadecuado, falta de mantenimiento y demarcación horizontal, anegamientos, baches, paradas de transporte público mal ubicadas, etc.) junto con la cultura de los automovilistas influyen significativamente en la congestión vehicular.
Además, cuando se considera que el transporte consume el 60% del petróleo extraído en todo el mundo y genera diferentes tipos de emisiones contaminantes -siendo el CO2 el principal causante del cambio climático-, se comprende que el modelo de transporte actual está lejos de responder a los criterios de sustentabilidad.
Los impactos sobre la salud
Este modelo de movilidad al trabajo tiene claros impactos sobre la salud de los trabajadores. Y aunque tradicionalmente no se ha abordado como un problema inherente a las condiciones laborales, en realidad sí lo es. Los posibles accidentes durante el viaje, los embotellamientos y los problemas de estacionamiento son una causa de estrés adicional, mientras que los desplazamientos prolongados reducen las horas de descanso y aumentan el sedentarismo.
Si se considera -tal como lo afirman algunos estudios- que los latinoamericanos perdemos entre 3 y 4 horas viajando hacia y desde el trabajo, podemos concluir que pasamos alrededor de 4 años de nuestra vida en embotellamientos de tránsito, y aquellos que pasan su jornada laboral sentados suman horas adicionales de inactividad.
Pero si bien todos estos impactos sobre el bienestar de los trabajadores derivados de un modelo de movilidad al trabajo poco saludable resultan evidentes, aún se dispone de pocos estudios y datos que nos permitan hacerlos visibles porque solo recientemente se ha empezado a considerar el problema.
Tampoco hay que olvidar los problemas de salud pública que provoca este modelo de movilidad basado en el uso intensivo del automóvil privado. Según datos de la Organización Mundial de la Salud mueren 2 millones de personas en el mundo a causa de la contaminación del aire, la mitad de ellas en países desarrollados.
Una estrategia poco sostenible
Desde la década de los sesenta, con la masificación del automóvil, el transporte se ha convertido en un importante consumidor de combustibles fósiles. El petróleo es uno de los recursos no renovables menos abundante y su consumo masivo está afectando las reservas disponibles.
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