¿De qué manera afectan nuestra manera de pensar los lugares en los que elegimos trabajar? ¿Estamos perdiendo creatividad y capacidad de innovación limitando las opciones de las personas?

No necesito un lugar de trabajo; necesito varios lugares de trabajo. Por supuesto, solo puedo estar en un solo lugar a la vez. Pero algunas veces necesito estar en un lugar, y otras veces en otro.

Soy un trabajador del conocimiento. Uso mi cerebro para crear valor. Ciertamente, también uso mis manos, pero mayormente lo hago para golpear unas pequeñas piezas cuadradas de plástico en una secuencia particular, lo cual produce imágenes de texto sobre una pantalla de plasma. Algunas veces tomo una lapicera y derramo hebras de tinta sobre el papel como otra manera de crear y comunicar mis pensamientos. Pero, a pesar de que grabo mis ideas, solo importa lo que pasa por mi cabeza.

Pero, hay algo que me molesta: uso mi cabeza de una cantidad de maneras diferentes y he empezado a darme cuenta de que el lugar donde está físicamente mi cabeza (y donde ha estado también) tiene mucho que ver con cuán correctamente esta produce lo que yo quiero.

A veces necesito explorar, pensar, crear nuevas ideas. Otras veces tengo que expresar una idea existente, producir un artículo o completar un informe. En otras ocasiones necesito buscar nueva información, a menudo a través de la Web, pero a veces en un libro o una revista.

Ese tipo de trabajo del conocimiento es muy diferente del trabajo analítico o de resolución de problemas en el que se clasifica o se transforma información existente, o se busca una respuesta a un problema específico.

Y todo lo que he mencionado hasta ahora tiene relación con un trabajo esencialmente individual. Cuando tengo una interacción directa con otras personas a través de una llamada telefónica, de una reunión cara a cara, o de una sesión de trabajo, no solo uso mi cabeza sino también mis ojos, mis oídos y mi boca (y, a veces, mi nariz). Así es como yo expreso a otras personas lo que pasa por mi cabeza -con palabras y también a través del lenguaje corporal- y algunas veces esto realmente contribuye a la creatividad grupal y a la innovación.

Entonces, ¿cuál es la cuestión? ¿No es todo muy obvio? En cierto sentido, por supuesto que lo es. Pero en otro, no estoy tan seguro de que alguno de nosotros realmente entienda o aprecie el impacto que nuestro entorno físico tiene sobre la calidad o la cantidad de cosas que pasan por nuestra cabeza.

Pensaba en esto hace unos años, cuando tuve la suerte de pasar casi tres semanas en el norte de Italia acompañando a mi esposa junto con un grupo de artistas. Ellos estaban investigando la historia, el arte y la arquitectura de esta zona en particular, llevando a cabo una maravillosa labor de registro en papel y en tela de su enorme cantidad de edificios, paisajes y gente increíbles. El grupo también me permitió compartir la experiencia, por lo que de pronto quedé sumido entre antiguas iglesias, museos, pueblos amurallados del siglo XI, monasterios y extraordinarios senderos rurales. La brisa y el aire fresco durante el día, y la comida abundante junto con fructíferas conversaciones cada noche (ayudadas en gran parte por algunos de los mejores vinos tintos de bajo costo del planeta) tranquilizaron mi espíritu de una manera que, en realidad, no había previsto.

Durante ese viaje experimenté un renacimiento personal -de ideas y de energía- que me hizo recordar, de una manera muy limitada, el gran renacimiento cultural que tuvo lugar en las colinas de Italia hace unos 500 años. Sin duda, el sol, las montañas, e incluso los monjes y los barones de aquella época lejana tuvieron algo que ver con la explosión de creatividad que llevó a que Europa Occidental saliera de la Edad Media. Mi capacidad artística estuvo limitada solo a enfocar con una cámara digital y a hacer clic en el obturador; pero aun esta simple actividad me ayudó a agudizar mi sentido de dónde estaba, y a tomar conciencia de qué colores, texturas y formas me rodeaban.

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