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En el año 1942, en plena conflagración mundial, el Massachusetts Institute of Technology, urgido por la necesidad de contar con un espacio donde albergar al Laboratorio de Radiación que estaba en pleno desarrollo de la tecnología del radar -empresa crucial para los aliados-, construyó a toda prisa un edificio precario en los terrenos del Instituto. La construcción de tres pisos era de madera contrachapada y no resistía la aprobación de ninguna de las reglamentaciones vigentes pero, dado el estado de emergencia, se puso en funcionamiento con el compromiso de que sería demolida apenas terminara la guerra. Ni siquiera le dieron un nombre, se la llamó Building 20.
En 1945, cuando concluyó ese despropósito que fue la Segunda Guerra Mundial, el MIT se vio desbordado de aspirantes que necesitaban un espacio para desarrollar sus tareas. Entonces, el precario edificio -que ya había sido desocupado y estaba a punto de demolerse- se vio de nuevo en funciones, esta vez para que una multitud de científicos e investigadores hicieran, en los siguientes años, formidables avances en distintas ramas de la ciencia: electrónica, energía atómica, lingüística, acústica, física, etc.
Dentro de esa precaria cáscara indiferenciada, cada grupo daba forma a su espacio de trabajo de acuerdo con las necesidades que la tarea imprimía. Debido a su naturaleza temporal, se quitaban muebles, se tendían cables y se volteaban tabiques y entrepisos sin consultar a nadie. Los largos pasillos de este edificio apaisado estimulaban la interacción entre colegas. Allí, los investigadores se encontraban, se comunicaban descubrimientos y discutían teorías.
El Building 20 fue una formidable incubadora de ideas hasta que finalmente fue demolido en el año 1998. Aun hasta el día de hoy muchos se preguntan cómo pudo fermentar tanta creatividad en un ámbito tan indiferenciado y precario. Sin embargo, la respuesta está a la vista: el Building 20 -más allá de sus obvias limitaciones constructivas- fue un espacio de alta performance, extremadamente flexible, donde todos sus sistemas -desde el cableado hasta el mobiliario- se adaptaron a la tarea que se estaba llevando a cabo para potenciarla y hacerla más eficiente.
Hoy en día, en una era en la que el éxito de una compañía se basa en el capital intelectual y la innovación, los atributos que hicieron del Building 20 una usina de ideas están más vigentes que nunca.
Víctor Feingold
Arquitecto
Director FM |