La progresiva constatación de que todas las actividades desarrolladas en el seno de la empresa, conectadas de un modo u otro con los productos o servicios de esa organización, producen impactos en el medio ambiente, ha llevado a muchas compañías a considerar la necesidad de analizar con más detalle todas sus actuaciones. Así, algunas de ellas comienzan a asumir la obligación de reducir el impacto de sus productos, no sólo en su producción o en su eliminación, sino en todas y cada una de las fases: de la cuna a la tumba.

En un principio, la preocupación por las repercusiones que los productos y los servicios de las empresas tienen sobre el medio ambiente, trajo un «boom» del reciclaje de ciertos materiales. En ocasiones, el tema llegó a situaciones de colapso en el mercado de los productos reciclados e, inclusive, a una «autocomplacencia que limpiaba la conciencia, pero que no atacaba las causas del problema» (Biddle, 1993; Vining, Linn y Burdge, 1992).

La realización de comprobaciones del comportamiento global de los productos y el análisis de sus alternativas es un paso fundamental en la reducción de la contaminación provocada por los mismos. Así, en los últimos años de la década de los ochenta, el concepto de la «administración del ciclo de vida» llegó a convertirse en un tema estrella, plasmando la preocupación ya demostrada desde la década de los sesenta.

Era preciso obtener una herramienta fiable, con capacidad para evitar problemas derivados de percepciones subjetivas (como ejemplo podría estudiarse el análisis y crítica realizado por Kleiner, 1993, 8-9, sobre el polémico cambio de estireno a papel en los envases de McDonalds) y que permitiera integrar las distintas áreas funcionales de la organización. Surge así el «Análisis o Evaluación del Ciclo de Vida» (ACV) que, en general, podemos definir como «una aproximación por parte de la administración de la empresa para reducir el impacto de un producto, paquete o actividad sobre la salud humana y el medio ambiente, mediante el examen de cada fase de la vida de los productos manufacturados, desde la extracción de las materias primas y a través de la producción o construcción, distribución, uso, mantenimiento y basura o reciclado» (Henn y Fava, 1994, 542).

Objetivos y metas del Análisis del Ciclo de Vida (ACV)
La filosofía del ACV no tardó en resumirse en la consideración de que se trataba de un análisis de productos «de la cuna a la tumba». Sin embargo, en los últimos trabajos realizados sobre el tema se prefiere la expresión «de la cuna a la resurrección», terminología que refleja el énfasis en el aprovechamiento de los residuos, dando lugar a una gestión cíclica de los materiales (Sadgrove, 1993).

El informe realizado tras un ACV debe identificar algunas posibles mejoras o alternativas a los procesos existentes. Por lo tanto, después del análisis, la empresa no sólo debe conocer el impacto medioambiental de los procesos que desarrolla en el ciclo de vida de sus productos, sino que también conocerá los cambios posibles para mejorar medioambientalmente el producto, tales como: eliminar o reducir los componentes nocivos, emplear como sustitutos materiales o procesos compatibles con el medio ambiente, reducir el peso o volumen, generar un producto concentrado, combinar las funciones de más de un producto, producir menos modelos o estilos, introducir un rediseño para un uso más eficaz, aumentar el ciclo de vida útil del producto, reducir envases inútiles, mejorar la capacidad de reparar productos, diseñar productos de uso reiterado o, incluso, eliminar o reemplazar aquellos productos que siendo altamente perjudiciales para el medio ambiente no cuenten con alternativas factibles para su mejora.

Finalmente debemos resaltar que la principal utilidad de estudiar el ciclo de vida de un producto debe consistir en poder propiciar a priori un correcto diseño del mismo.

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