El hombre conoció el fuego hace 500.000 años. Al comienzo, su mayor problema fue cuidar esa llama -a la que debía llevar hasta las aldeas-, porque no sabía encenderlo, ni alimentarlo con combustibles. Habría que esperar hasta comienzos del siglo XIX para disponer de un invento como los fósforos, y lograr un encendido fácil. Miles de años para apropiarnos de una tecnología simple y masiva.

Hoy, en cambio, la velocidad de los cambios tecnológicos se puede medir en décadas -por no decir en unos pocos años-, y nuestro mayor problema radica en no perder el tren de la actualización. El ritmo de cambio de nuestra sociedad es tan acelerado, que los sistemas de formación no pueden dar respuesta a todas las necesidades. Por eso, la capacitación debe prolongarse durante toda la vida.

El mundo del trabajo no es ajeno a esta realidad. Los cambios que las nuevas tecnologías han introducido han creado nuevos sectores productivos y transformado las formas de organización existentes. El mundo empresarial se encuentra inmerso en un proceso de transformación constante en todos los niveles: estratégico, estructural, tecnológico, formativo. Continuamente aparecen nuevas actividades, nuevos métodos, nuevas técnicas, nuevos modos de gestionar. El valor de una organización ya no reside en sus bienes tangibles, sino en los conocimientos técnicos y especializados de su dotación.

Las organizaciones que estimulan e invierten en la formación profesional de su personal, son capaces de responder a los nuevos desafíos que el entorno plantea mediante respuestas innovadoras. El aprendizaje constituye el factor más relevante para la actualización y la innovación.

Frente a una realidad donde la constante es el cambio, la única estrategia viable parece ser aprender. Es decir, desarrollar la capacidad de transformarse a través del aprendizaje, para adaptarse de manera exitosa.


Víctor Feingold
Arquitecto
Director FM