En la actualidad, el conocimiento representa uno de los valores más decisivos para lograr el éxito sostenible en cualquier organización. La habilidad para adquirir información susceptible de ser transformada en conocimiento que pueda ser incorporado a la empresa, constituye un pilar vital para poder enfrentarse a la competitividad del mercado, preservar una posición y alcanzar un estado de mejora continua.
La obtención regular de resultados superiores a partir del conocimiento constituye un proceso lento y exige la instauración de condiciones de gestión adecuadas, tanto técnicas como estructurales, orientadas a la reunión de conocimientos efectivos así como a su movilización activa.
Las organizaciones, en la búsqueda de factores que las diferencien de la competencia, han ido descubriendo que elementos como la imagen de marca o la flexibilidad para adaptarse a las necesidades cambiantes de los clientes, son más difíciles de ser copiados o imitados que cualquier otra barrera convencional financiera y que, consecuentemente, requieren de mayor gestión. Los recursos que no pueden adquirirse fácilmente en el mercado figuran entre los considerados como más valiosos frente a aquellos que pueden comprarse con dinero: son los llamados intangibles, o de una manera más general, el capital intelectual.
El conocimiento se ha ido incorporando al conjunto de recursos de las empresas en forma creciente, y esta incorporación se concreta en un conjunto de intangibles “valiosos”. Es en este preciso momento cuando el papel de las personas y de la formación, como instrumentos a disposición de las organizaciones, comienza a cambiar. Si los intangibles son cada vez más sustanciales para la competitividad de las empresas hay que empezar a preguntarse hasta dónde y de qué manera las personas participan en su creación y hacia dónde hay que dirigir los esfuerzos formativos para contribuir a crear y mantener su stock. El resultado final de un servicio, o el producto final de una metodología de trabajo o de un proceso, reposa invariablemente en la constitución de una base de conocimiento. Si bien la experimentación es una de las fuentes esenciales del conocimiento, no es la única, y no habría que limitar en absoluto la mejora del conocimiento como único factor.
Podemos definir la Gestión del Conocimiento como un conjunto de mecanismos y herramientas metodológicas que guían y facilitan la excelencia en la formación y el mantenimiento del sistema de aprendizaje de cualquier organización. Requiere un esfuerzo materializado en la introducción de criterios para decidir cuál es el conocimiento relevante para la organización y para asegurar la administración óptima de aquellos factores que afectan el buen funcionamiento del sistema de aprendizaje, facilitando la conformación, utilización y renovación de los mismos.
La subcontratación, la multiplicación de las competencias, el desarrollo de nuevas tecnologías de la información, las diversas configuraciones organizativas, el desarrollo de equipos transversales, la globalización de cualquier intercambio de conocimiento, etc., son algunas de las características que marcan los tiempos que corren. Asistimos a una verdadera ruptura cultural donde la riqueza de toda organización se basará en sus capacidades para dar valor a su capital intangible y conservar sus competencias estratégicas. Construir una organización sobre la base de un capital volátil por naturaleza, será el gran desafío de los próximos años. Pero para ello necesitamos establecer unos procedimientos de trabajo, buscando en lo que ya conocemos, por lo que vamos a partir de las fuentes existentes.
¿Qué actores pueden ser gestionados por las organizaciones para facilitar los activos de conocimiento? Para estudiar este tema necesitamos diferenciar dos puntos de vista, claramente disímiles:
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