A seis meses de los atentados, y con la mente más fría, se me ocurre una pregunta muy mordaz: ¿Por qué no hubo más muertos en las Torres, cuando en el momento de la primera cuestión, se calcula que había más de 20.000 personas en los edificios?

Cuando se escuchan las declaraciones de los sobrevivientes, existe un comentario común en la mayoría, que se refiere al tiempo que tardaron en bajar, aún los que estaban en los pisos superiores. Se habla de 25 a 35 minutos en los casos más extremos. No se conocen casos de atropellamientos, caídas, aplastamiento de unos sobre otros, y en el peor de los casos se observaron personas que se arrojaron al vacío, probablemente porque quedaron aisladas y sin poder acceder a una escalera de salida segura. A muchas otras se las vio asomando por las ventanas y agitando ropas para ser vistas, y la mayoría alcanzó las salidas durante el tiempo que transcurrió entre los choques y los derrumbes.
¿A qué se debe esto? La respuesta es sencilla: en los Estados Unidos, el entrenamiento y la capacitación para estos casos, es una práctica incorporada a la vida diaria. Es por ello que vemos en películas, viajes, o nos cuentan conocidos que en cualquier momento nos puede sorprender un simulacro de evacuación, una práctica de incendio, en un hotel, un parque de diversiones, un edificio público, etc., sin que medie otra razón más que la práctica y el entrenamiento. Para los que hayan visto la película "Un detective en el Kindergarden", con Arnold Shwarzeneger, recordarán el simulacro de evacuación que realizan en la escuela, y cómo hasta los más chicos tienen su rol para casos de siniestros.
Ahora bien, no creamos que todo esto lo hacen porque está de moda, lo descubrieron un día en un laboratorio, o se hacen acreedores a algún premio. Simplemente se practica porque en el pasado han tenido que sufrir muchos muertos y heridos, a raíz de basar casi toda la construcción de viviendas en un material como la madera. Famosos incendios como el de la ciudad de Boston en el siglo pasado, "ayudaron" a incorporar la cultura de la prevención en todo tipo de construcción.
En especial en edificios de altura, se realiza una práctica concertada dos o tres veces al año. Esto es, se determinan los grupos a evacuar, se definen roles, se asignan responsabilidades y se elabora un Plan General de Evacuación, colocando señales claras, planos de situación y direccionamiento. Se reconocen, además, todos los medios de los que se dispone para detectar y combatir incendios, o atender urgencias derivadas de emergencias y catástrofes. Una vez obtenido el resultado satisfactorio de estas prácticas, se realiza un simulacro sin aviso previo para determinar el grado de preparación de todo el personal afectado al edificio; se evalúan las conclusiones y se ajusta el Plan en consecuencia para el futuro.
El resultado es que en el momento de ocurrir una verdadera catástrofe como la del 11 de septiembre, las personas que se encuentran en una situación de riesgo como esa, mantienen la calma, obran en concordancia con lo aprendido y ensayado y se obtiene como resultado una evacuación en orden y efectiva, salvándose muchas vidas y evitándose heridos en el suceso. Se han escuchado incluso casos de personas discapacitadas, tanto motoras como visuales, que han sido evacuadas en forma segura de los edificios en llamas.
Ustedes se preguntarán: ¿adónde apunta el que escribe con todo este preámbulo? Pues bien, les propongo un ejercicio de imaginación. Supongamos que ocurre un suceso mucho menor, como un pequeño incendio en un edificio de 30 pisos en Puerto Madero, o una amenaza de bomba en otro de 25 pisos en plena City Porteña. ¿Creen ustedes que el resultado va a ser el mismo que en un edificio similar de Estados Unidos? Puedo asegurarles que, salvo en contados casos, la cantidad de personas con heridas, sofocación, ataques de histeria y shock será mucho mayor.

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